viernes, 21 de enero de 2011

Annie Ernaux, Diario de afuera


En el tren hacia Saint-Lazare, una anciana sentada cerca del pasillo, le habla a un muchacho –puede que su nieto- que permanece de pie: “Irte, irte, ¿no estás bien donde estás? Piedra que rueda no amasa fortuna.” El chico tiene las manos en los bolsillos, no responde. Después dice: “Cuando se viaja se ve gente”. La anciana ríe: “Verás guapos y feos ¡por todas partes!”. Su rostro permanece alegre mientras mira hacia delante. El muchacho no sonríe y fija la vista en sus zapatos, apoyado en la pared del tren. Enfrente de ellos una bella mujer negra lee una novela de la colección Harlequin, Una sombra sobre la felicidad.

*

Por qué cuento, describo esta escena, como otras que figuran en estas páginas. ¿Qué busco a toda costa en la realidad? ¿El sentido? A menudo, pero no siempre, por hábito intelectual (adquirido) de no abandonarme sólo a la sensación: ponerla por encima de uno. O bien, anotar los gestos, las actitudes, las palabras de las gentes que encuentro me produce la ilusión de estar próximo a ellas. No les hablo, sólo les miro y les escucho. Pero la emoción que me dejan es una cosa real. Puede que busque algo sobre mí a través de ellos, sus formas de comportarse, sus conversaciones (A menudo, “¿por qué yo no soy esa mujer?” sentada delante de mí en el metro, etc.)

A. Ernaux, Journal du dehorsGallimard, 1993