miércoles, 15 de febrero de 2012

Pan de chocolate y naranja

Bastante lluvia esta mañana. Por fin, el termómetro ha subido hasta los seis grados. Ya estaba cansado del frío. El frío me agota.
Pese a la lluvia, he ido a la ciudad en el tren. Después de visitar la biblioteca y abastecerme de narrativa he ido a tomar un café con leche. Hoy tenía ganas de narrativa. Creo que estoy saturado de ensayos.
Cuando me disponía a comer mi barrita proteínica, una monja se ha sentado en mi mesa, justo en frente. La monja, después de santiguarse se ha comido un pastel. Con gula.
Yo me he enfrascado en Vieja escuela, de Tobías Wolf. Cuando retiraba este libro del estante me he fijado en la gran cantidad de novelistas que se apellidan Wolf. He intentado pensar algo gracioso con la conocida cita de Hobbes (El hombre es un lobo para el hombre) pero no se me ha ocurrido nada.
No me he entretenido en la cafetería porque una pesada le estaba contando a una amiga lo ideal que habían sido sus viajes (Roma, París, Lisboa…) No hacía más que soltar tópicos al alcance de cualquiera con una guía turística en la mano y me impedía concentrarme.
En un paseo me he plantado en mi despacho de loterías predilecto en un extremo del Bulevar. Pertenece a una pareja de viejecillos encantadores.
Siempre que visito la ciudad vengo aquí. No me ha tocado nada pero me he ganado una agradable sonrisa de la mujer.
El marido sufría a uno de esos pesados que por comprar un paquete de cigarrillos se creen con derecho a largarte su vida por capítulos.
De vuelta he comprado un pan de molde de naranja y chocolate para los desayunos. Hay una dependiente de mediana edad, rubia, con uns figura muy sexy, de cuya visión he disfrutado mientras esperaba mi turno. Ella hablaba sin parar con su compañera y con otras clientas.
Al salir he parado un momento en el escaparate de una librería. Una señora con un gorrito redondeado ha salido de un portal y casi se choca con un hombrecillo que pasaba.
Ella le ha dicho algo y el hombrecillo, con muy malas pulgas, le ha ordenado que se callara.
Mientras caminaba he cavilado que el señor tenía razón, según la normativa de tráfico en vigor: no se puede salir a la calle sin mirar.
Una cosa está clara: hay mucha crispación en el ambiente social.
Por último he entrado en una tienda para comprarle a Greta su regalo de cumpleaños: una cafetera a la moda, es decir, una de esas que anuncia el actor Clooney.
En cuanto he puesto un pie dentro del establecimiento me ha abordado una mujerona joven y me ha recitado la lección sobre modelos de cafeteras con cápsulas.
A continuación, cuando ya me he decidido, ella ha procedido a venderme las cápsulas. Me he llevado también uno de los muestrarios coloreados.
Todo carísimo aunque muy sofisticado e hiperdiseñado. Los inventores del negocio deben ser italianos, siempre a la vanguardia en cuestiones de estilo.
La mujer me ha vendido también una tarjeta del club de cafeteras. Ahora para todo es conveniente disponer de una tarjeta.
Durante los 10 o 15 minutos que ha durado la operación ha entrado un montón de gente para comprar las cápsulas coloreadas. Casi toda tenía pinta de plebe venida a más. La plebe, en cuanto junta unos euros, se tira como loca a consumir y a darse tono.
He salido con un paquetón colgado de cada brazo. Como no podía hacer otra cosa con semejante carga he ido hasta la estación. Todo el mundo me miraba. Es lo que tiene la provincia, que miran como posesos.
En el vagón he buscado un asiento apartado y me he acomodado de mala manera. El paraguas se me caía cada rato. Me he sumergido en el Wolf.
En la segunda parada, con medio vagón libre a mis espaldas, se ha sentado una señora a mi lado. He tenido que apretarme aún más.
La señora llevaba una colonia asquerosa que me ha proporcionado un dolor de cabeza ligero pero insidioso.
He llegado a casa mareado y hambriento.

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