Monsieur Hollande celebra su victoria dándose un baño de multitudes en su feudo electoral, a 400 kilómetros de París. En el discurso alude a dos de sus prioridades: la Justicia (lagarto, lagarto) y la juventud. El presidente electo se pasea por el escenario en compañía de su esposa o compañera. El presidente electo esboza sonrisas y firma autógrafos. Si, firma autógrafos. Cuando se cansa desciende del proscenio hasta la primera fila del público y, seguido de sus angustiados guardaespaldas y una cohorte de micrófonos y cámaras de televisión, se dedica a los apretones de manos, a los abrazos, a los besos, a las poses fotográficas. Hay más apreturas que frente a un paso de la semana santa sevillana. Ya han pasado las 10 de la noche y todavía queda París. Aquí viene un largo y espectacular
travelling. Yo nunca había visto nada parecido. Una cámara de televisión sigue al coche del electo en su desplazamiento de media hora hasta el avión que le conducirá a la capital. Impresionante. La ventanilla y el interior del vehículo aparecen iluminados. El electo tiene un móvil colgado de su oreja. Ya tardaba en salir el móvil. El defenestrado Sarkosy se pasó el primer año de su presidencia colgado de un móvil. La escena es trepidante. Luces en la noche, coches, velocidad, motoristas y, en el centro de ella, el presidente electo impasible hablando por su
portable en compañía de su esposa o compañera. En la Bastilla le espera una multitud enardecida que baila inmersa en un festival de música… Ya tengo bastante.
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