Aburrido estoy de que a mi perrillo se le echen encima perros gigantescos que sus gentiles dueños llevan sueltos para que el resto de la humanidad nos percatemos de lo majos y simpáticos que son (los perros y los propietarios).
Cuando cojo al mío en brazos para que no lo devoren –pues tiene la costumbre de gruñir a todos los machos que le husmean y le caen mal-- el propietario me dice: tranquilo, no hace nada, lo cual me relaja mucho las palpitaciones que me acometen.
A veces no me da ni tiempo a cogerlo. El mundo está lleno de gente encantadora y, no sé porqué, casi todos ellos llevan a sus perros sueltos.
El caso es que el otro día nos pasó algo inaudito: una gata atacó a mi Tobías. Era una bonita y pequeña gata parda, atigrada y francesa, que montaba guardia en una tienda de productos biológicos.
Tobías y yo nos acercamos a dar un vistazo al establecimiento y la felina se nos echó encima sin previo aviso. Tobías retrocedió ante la impetuosa pero ella no cejaba de bufar y de lanzarle las uñas. Tuvo que salir la dueña armada de una especia de biombo para cercar a la exaltada y, cerrándole la salida, conducirla al interior de la boutique.
¿Pues no decía Paul Bowles que los gatos no son agresivos y que por eso le gustaban más que los perros? En fin, una golondrina no hace verano.
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