sábado, 16 de febrero de 2013

Ansia de demagogia


Algunos, muchos, tienen ansia de demagogia. Todavía no nos hemos recuperado del hiperdemagogo que gobernó este país durante ocho años y ya están buscándole un repuesto. Estos días han encontrado a una joven listilla y mona, que ha soltado cuatro obviedades demagógicas, y algunos ya se están haciendo ilusiones, excitados con el juego que pueda dar esta promesa del populismo.


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Tras la renuncia del Papa la gente está empezando a preocuparse por la caída de meteoritos. Luego dicen que la religión no va con ellos. Y tienen razón, lo suyo es mera superstición.


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Con las fotos me ocurre como con los museos y las bibliotecas, que llego a un punto de saturación y que, para salir de él, tengo que dejarlo por unos días.


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Cuando la ideología política se convierte en un sustituto de la religión no hay debate posible.


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Con la edad no hay otra sabiduría que la aceptación.

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Aceptación y resignación no son lo mismo. La resignación tiene un componente negativo. La aceptación es neutra.

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Cuando un partido político está en un callejón sin salida siempre le queda una opción: cambiarse el nombre.

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Un tipo famoso le dispara tres veces a su novia y la mata. Al día siguiente los periódicos dicen que “intentó reanimarla”, como si ese detalle anodino significara algo. Es como si los periódicos, al menos los españoles, no pudiesen asimilar que un señor, por el hecho de ser famoso, no pudiera ser un asesino desalmado.

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