Algunos,
muchos, tienen ansia de demagogia. Todavía no nos hemos recuperado del hiperdemagogo
que gobernó este país durante ocho años y ya están buscándole un repuesto. Estos
días han encontrado a una joven listilla y mona, que ha soltado cuatro
obviedades demagógicas, y algunos ya se están haciendo ilusiones, excitados
con el juego que pueda dar esta promesa del populismo.
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Tras la
renuncia del Papa la gente está empezando a preocuparse por la caída de
meteoritos. Luego dicen que la religión no va con ellos. Y tienen razón, lo
suyo es mera superstición.
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Con las
fotos me ocurre como con los museos y las bibliotecas, que llego a un punto de
saturación y que, para salir de él, tengo que dejarlo por unos días.
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Cuando la ideología
política se convierte en un sustituto de la religión no hay debate posible.
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Con la edad
no hay otra sabiduría que la aceptación.
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Aceptación y
resignación no son lo mismo. La resignación tiene un componente negativo. La
aceptación es neutra.
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Cuando un
partido político está en un callejón sin salida siempre le queda una opción:
cambiarse el nombre.
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Un tipo
famoso le dispara tres veces a su novia y la mata. Al día siguiente los
periódicos dicen que “intentó reanimarla”, como si ese detalle anodino
significara algo. Es como si los periódicos, al menos los españoles, no pudiesen
asimilar que un señor, por el hecho de ser famoso, no pudiera ser un asesino desalmado.
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