Ahora que, superadas enormes oposiciones de opinión pública y eclesiástica, parece que lo de Eurovegas va en serio, se nos plantea a los españoles un apasionante debate: ¿se debe permitir fumar en los casinos que vienen?
Como de costumbre el país está dividido al respecto. Unos dicen que si y, otros, muy escandalizados, dicen que no. Por regla general los que dicen que no son los mismos que se negaban a que nuestra muy moral tierra acogiera garitos de juego y perversión.
Estos irreductibles de la moral han encontrado un nuevo argumento para aferrarse a su negativa: o fumanos todos en todas partes o aquí no fuma ni dios. Y además, instalamos cámaras de vigilancia en los toilettes por si alguno se pasa de listo.
Complicado panorama, como de costumbre. Y, también como de costumbre, cada día que pasa se encona más.
Cabría la opción de instalar una ruleta para fumadores y otra para no fumadores, un póker con y otro sin. Pero los intransigentes, como su nombre indica, le tienen horror a las excepciones, aunque esas excepciones supongan sacar del paro y de la miseria a un buen puñado de gente.
Es el viejo tema de los principios. Se tienen o no se tienen y, si se tienen, hay que sacarlos en todo momento y circunstancia. Es la vieja moral catolicona que, ahora, disfrazada de nuevas tendencias, sale a relucir en el fondo de lo español, territorios periféricos incluidos.
Uno cree, modestamente, que España, país turístico por excelencia, debería fomentar más el turismo de fumeteo, siempre y cuando, los gastos sanitarios que se produzcan corran a cuenta de la sanidad de los países de origen, que aquí no está el horno para bollos y ya nos hemos gastado una buena pasta en curarles la próstata a británicos, alemanes y otros residentes.
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