"Sólo el mar me ha salvado siempre."
La
relación de Thomas Bernhard con los abundantes y bien nutridos premios que recibió a lo
largo de su carrera literaria tiene que ver con su relación con el dinero. No
tiene empacho en reconocer que acepta los premios y las distinciones por el
dinero que le reportan.
Tras
la escritura de Helada Bernhard considera que ha fracasado en la literatura y
se busca un empleo como conductor de camiones. Se dedica a ello, con
entusiasmo, según dice, durante medio año. Sin embargo, su novela resulta un
éxito y decide dedicarse a la literatura, en su faceta de novelista y de
dramaturgo, principalmente.
Con
el dinero que recibe por uno de sus premios paga el adelanto de una enorme y
arruinada casa en el campo. Hasta la fecha ha vivido con “su tía”, una mujer
casi cuarenta años mayor que él que le ha acogido y financiado. Está
obsesionado con tener “sus propias paredes” en las que recluirse, pero no le
vale un apartamento urbano al uso sino que, en contra de su propio desprecio
por la vida rural, que le horripila, se compra una destartalada casa en el
campo.
Cuando
recibe otro de esos premios que tanto desprecia corre a un concesionario a
comprarse un coche de lujo, un Triumph Herald inglés, “blanco, con asientos de
cuero rojo y un salpicadero de madera”. Feliz como un niño con su nuevo coche
se va de vacaciones con su tía, termina Amras y, en plena euforia, otro coche
se le echa encima y le destroza el Triumph. Tiene suerte: sale ileso y, además,
el seguro, en contra de lo habitual en Yugoslavia, donde había ocurrido el
accidente, le paga un coche nuevo. Naturalmente, se compra otro Herald .
En
cuestiones de dinero Bernhard se muestra implacable. Es un negociador
intransigente y despiadado. En muchas ocasiones se comporta como un genuino
tahúr. Esto queda patente en la correspondencia que mantuvo con su principal
editor, Siegfried Unseld, el más importante en lengua alemana, un hombre que
muestra una admiración hacia Bernhard , una paciencia y una comprensión a
prueba de bombas. Las cartas, publicada en español, revelan a un Bernhard duro e
intransigente que se muestra dispuesto a lo que haga falta –incluidos chantajes
variopintos- con tal de conseguir sus objetivos monetarios.
Imagino
que en la actitud del escritor con el dinero hubo dos factores determinantes.
El primero fue el hecho de que su familia era pobre y que durante la primera
parte de su vida tuvo problemas económicos; el segundo, no menos importante, fue
su continua proximidad con la muerte debido a las enfermedades que sufrió.
Vivió 58 años y siempre fue consciente de que su vida no iba a ser demasiado
larga.
Mis
premios se compone de nueve breves relatos autobiográficos bien dotados de
humor, sarcasmo y cinismo. Hay además tres, así llamados, discursos de
agradecimiento, meros apuntes en los que apunta sobre la muerte de Europa como
civilización(estamos en los sesenta), el desamparo de la humanidad, el fin de
la historia y otros barruntos a los que era tan aficionado. Concluye la obra
con su escrito de renuncia a la Academia de la Lengua y Poesía no sin antes
mostrar su absoluta incompatibilidad y desprecio por el director de ésta.
Es
curioso que el último libro que dejó preparado Bernhard sea esta suerte de
justificación sobre las razones que le llevaron a aceptar unos premios que procedían
en su mayor parte de instituciones y empresas a las que despreciaba. Por alguna
razón sintió la necesidad de hacerlo.