De izquierda a derecha, Antonio Machado, Gregorio Marañón, José Ortega y Gasset y Ramón Pérez de Ayala.
El ensayo biográfico de Jordi Gracia sobre
Ortega y Gaset, publicado bajo los auspicios de la Fundación Juan March, ha
vuelto a poner de actualidad la figura de este escritor y filósofo. Han sido
muchas las críticas, artículos, recensiones que han acompañado a esta
publicación durante las últimas semanas. Todo apunta a que el trabajo de Gracia
se va a convertir en una obra de referencia en los estudios orteguianos.
Yo he leído poco a Ortega. A los dieciséis años
su Rebelión de las masas fue lectura
obligatoria al final del bachillerato y, desde entonces, se me volvió un autor
antipático. Esta laguna –salvo algún que otro artículo suelto- no he conseguido
subsanarla. No descarto que pueda conseguirlo. Ortega, sin embargo, ha sido un
hombre de gran influencia en la cultura española, en especial en los años
previos a la última guerra civil.
Son muchos los escritores que se han referido a
este hombre y que nos han dejado su testimonio al respecto. A mí siempre me ha
llamado la atención la simpatía, el respeto y el aprecio que ha manifestado Pío
Baroja sobre la obra y la personalidad de Ortega. Cualquier lector de Baroja
sabe que no era éste un hombre dado a la efusividad en el elogio, sino más bien
lo contrario. Es por ello que su opinión resulta tan esclarecedora.
Otro escritor que apreció mucho a Ortega fue
Josep Pla. El ampurdanés se atrevió a dejar por escrito su impresión sobre la
voz de Ortega. Como yo creo que la voz también es el espejo del alma este testimonio
es imprescindible:
“La voz de Ortega es prodigiosa. Es una voz
llena, de barítono granado, de una admirable precisión de matices, de una
vocalización perfecta, llevada hasta las últimas exigencias de las vocales. Por
eso es una voz que parece sólida y al mismo tiempo suave, afrutada, delicada,
de superficies que incitan al tacto.”