Mientras espero a ser atendido en una tienda, observo
a una bebé de cuatro o cinco meses, muy hermosa, que quiere meterse los dedos
en la boca porque no tiene un chupete. La madre, una joven gruesa y
malhumorada, le corrige el gesto quitándole los dedos de la boca. Así varias
veces. La bebé, contrariada, se echa a llorar. Yo me repito una reflexión que
me hago a menudo: en la vida, el primer y decisivo golpe del destino –por
encima incluso de la clase social, de la riqueza o la pobreza- es la madre que
le ha tocado a cada uno en suerte. Y esta bebé tan adorable no ha tenido
demasiada suerte con la suya.