En
la pintura de Eduard Hopper la luz tiene un papel místico, tal vez, metafísico.
En muchos de sus cuadros la protagonista se encuentra inmersa en un baño de
luz, una luz cálida, brillante, acogedora. La figura se limita a dejarse
inundar por esa luz y a contemplarla ensimismada como quien contempla algo muy
atractivo pero inaccesible. La luz parece hacer compañía a esos personajes
solitarios. A veces se diría que en Hopper la luz es una representación de
Dios.
El estudio de la luz, vista desde ese prisma religioso, es una de sus obsesiones. Tenemos luz del amanecer, del mediodía, de la tarde, de la noche; incluso luz artificial, de bombilla y de fluorescente, como en esas oficinas, bares, vestíbulos de hotel, habitaciones, teatros, vagones de ferrocarril.
El cuadro
titulado Habitación junto al mar es una especie de culmen de su
pintura. En él sólo está la luz; el hombre sólo aparece por mediación de su obra,
la pared de una casa.