Todo es sencillo
aquí. La vida y la muerte en una isla japonesa más o menos remota. Una historia
de sentimientos confusos, como es propio de los dos adolescentes protagonistas.
El mar omnipresente -a veces bravo, a veces calmo-, el sonido del mar como
banda sonora, un árbol centenario, los bosques, la lluvia, el tifón, la
naturaleza. Dos canciones acompañadas con un pequeño instrumento de cuerda, el
sacrificio de una cabra (muy desagradable a nuestros ojos acostumbrados a la
carnicería del supermercado), un divorcio, una agonía. Todo narrado mediante
imágenes, con diálogos escuetos, un ritmo moroso y una sensibilidad prodigiosa.
Creía que ya no se hacían películas como ésta. Se ve que todavía queda alguna
esperanza.