martes, 26 de abril de 2016

El Prat de Cabanes, parque natural en Castellón

Caseta para la observación de aves en el Prat de Cabanes

Para un nativo del Atlántico como yo, el Mediterráneo es una experiencia apasionante. Sobre todo por la luz. Cuando uno se despierta por la mañana y contempla la luz que se introduce por todos los resquicios posibles se comprende que la vida, básicamente, es el sol ahí afuera.

Sin embargo, la primera hora de la mañana de hoy está fría. Así lo impone el aire del norte. Pero la intensidad de la luz, su tono dorado, la alegría que impregna el paisaje, lo compensa todo.

Un largo cordón de gravas y cantos separa la marisma del mar

Arranco de Torre de la Sal, un poblado junto al mar, con casas ajardinadas sobre la playa. Camino hacia el norte por el cordón de gravas, cantos y arenas que separa el mar de la llanura litoral que conforma el parque natural del Prat de Cabanes (Prado de Cabanes), situado junta a la localidad castellonense de Oropesa de Mar.

A mi derecha tengo la compañía del Mediterráneo, verdoso bajo un cielo azul que, a lo largo de la mañana se irá cubriendo. Las olas, pequeñas y seguidas, dejan un murmullo en su encuentro con la orilla.

Ruinas del cuartel de carabineros

A la izquierda se despliega un kilómetro y medio de marismas y pantanos cuyo origen hay que buscarlo en una antigua albufera colmatada durante siglos por la acumulación de sedimentos.

Dos actividades productivas han colaborado en la formación de este espacio natural. Los antiguos arrozales, que aportaron una infraestructura de canales y acequias y, en segundo lugar, la extracción de turbas, que terminaron convirtiéndose en lagunas.

Viviendas en el poblado de Torre la Sal

Plantas en flor y aves aparecen durante todo el recorrido. Uno las contempla y las admira sin conocer sus nombres. Poco a poco, a lo largo de varios paseos, se vuelven familiares. Las flores se abren al sol con un delicioso descaro. Las aves se muestran huidizas. Hay muchas garcetas, alguna gaviota y otras que desconozco.

Los caminos de tierra rojiza se alternan con los de gravas y cantos rodados. La variedad de estos, en formas, tamaños y colores, es admirable.

Laguna en la marisma

En contra de lo habitual en este tipo de lugares, el agua dulce no proviene de ningún río, sino que se trata de una zona un poco deprimida que también dispone de algunos manantiales.

El paseo me conduce hasta las ruinas del antiguo cuartel de carabineros, en la misma playa. Por aquí la vigilancia se ha impuesto a lo largo de la Historia. Hay muchas torres y, en los altozanos es frecuente la presencia de ruinosos castillos. Quién sabe lo que puede llegar por el mar abierto.


Ahora la ruta se adentra en la marisma. El paisaje cambia. Se circula por tierras pantanosas y por otras de cultivo, frutales y huertas. Hay un paraje de recreo con unas lagunillas muy atractivas. En los bordes de los caminos viven un sinfín de pequeños arbustos y flores variadas.


Cuando me aproximo al centro de interpretación el cielo se ha cubierto y ha refrescado mucho. La primavera impone sus rigores. Veo un lugar al que denominan microreserva de flora. Abundan por la comarca. Ha habido que acotar algunas zonas para proteger especies. Nada extraño cuando uno se da una vuelta por las desmesuradas urbanizaciones turísticas que invaden los grandes espacios costeros. Qué derroche de ladrillo, casi desierto en esta época.