lunes, 16 de mayo de 2016

Oropesa y la vía verde hasta Benicasin

Aunque a primera hora el aire del norte está fresco, a medida que discurre la mañana de abril, el sol se mantiene en lo alto y lo contrarresta. Desde el primer momento advierto que me he metido en un paseo (la vía verde entre Oropesa y Benicasin) muy concurrido, tanto por peatones como, sobre todo, por ciclistas.

Dejo atrás la playa de la Concha, en Oropesa, y luego el puerto deportivo. Pronto aparece un largo túnel (unos 500 metros) bien iluminado. A la salida del mismo ya no hay rastro de las urbanizaciones que asolan estas costas levantinas. A la izquierda está el mar, de color verde, y a la derecha la montaña.




Circulo por un camino ancho y llano que presenta una franja para peatones, de tierra compacta, y otra para ciclistas, de asfalto. De vez en cuando aparecen carteles en los que informan sobre la flora que habita los márgenes de este viejo trazado ferroviario: cistus, antilys, palmitos, lavanda, romero, pinos. Entre otros. Ya hay abundantes flores aquí y allá.

Pronto consigo abstraerme e ignorar a ciclistas y peatones. Todo este entorno, esta benignidad climatológica, este sol acariciador siempre presente, tan agradable, me recuerda a Mallorca, y esos son recuerdos ya muy antiguos y nostálgicos.



Al llegar a la primera torre de vigilancia (siglo 16) me aproximo por un estrecho sendero. Está cerrada, pero un cartel anuncia que puede visitarse un día a la semana mediante inscripción en la oficina de turismo. Los visitantes, a buen seguro, ascenderán por una escalerilla metálica que se enrosca al muro y llega hasta una puerta. Se llama Torre de la Corda. A sus pies aparece una zona con algunas edificaciones ruinosas y abundantes pinos y rocas. La zona se llama la Renegá y merece la pena abandonar la vía y recorrerla por cualquiera de las sendas que la atraviesan.

La tierra aquí es de color rojizo. Las rocas, diseminadas junto a la orilla del mar, se conjugan con el arbolado y la vegetación formando un entorno agradabilísimo. Uno puede sentarse en cualquier lado, o tumbarse, y escuchar el sonido del mar abatiendo las rocas de la orilla, en un juego que las va transformando y conformando.

La torre de la Corda

De nuevo en la vía aparecen varios cortados y miradores desde donde contemplar el mar, surcado por buques de gran porte en la línea del horizonte y por gaviotas cercanas. Una segunda torre, desmochada, aparece en un montículo. Se llama la Colmenera. Igual que la anterior se levantó para la vigilancia marítima frente a las incursiones de piratas berberiscos.


Cuando tengo las primeras urbanizaciones de Benicasin a la vista doy media vuelta y deshago el camino.


Uno de los cortados para el paso del ferrocarril y la torre Colmenera

Por la tarde visito Oropesa. Subo al casco histórico, formado por callejuelas en cuesta, bonitas fachadas, flores. Pero le falta vida. Qué no harían los franceses con un entorno como éste en una región plagada de turismo. Aquí, sin embargo, no hay nada. Probablemente la crisis ha golpeado fuerte en la ciudad.

El castillo en lo alto, dominador, cargado de historia, con una horrenda antena y rehabilitado de forma, cuando menos, cuestionable. La vista desde arriba es grandiosa: el Mediterráneo al este, las montañas al oeste. Grandes extensiones de cultivos en el llano.





La historia del castillo es un buen compendio de la historia de la región. El promontorio rocoso que le sirve de base estuvo habitado desde al menos la Edad del Bronce. Hay indicios de que fue levantado, por mano musulmana, en el siglo 11. El ineludible Cid Campeador, conquistada Valencia, ascendió por la costa y lo tomó en 1090. Pasó a manos de Pedro I de Aragón.




El castillo de Oropesa

En el 12 y el 13 sufrió constantes ataques musulmanes hasta que en 1233 Jaume I el Conquistador se lo arrebató a los almorávides. Durante la Edad Media, como corresponde, perteneció a diversas familias nobles. En 1536 el pirata Barbarroja lo asaltó y aprovechó para arrasar los cultivos de la comarca.

Fue artillado para su defensa y el rey Felipe IV (el mecenas de Velázquez) lo amplió y lo dotó de cinco torres. Erguido continuó hasta la Guerra de la Independencia, cuando el mariscal Suchet lo machacó con artillería. Hasta hoy.