Pese a lo menuda
y bonita que es, pese a sus deslumbrantes ojos verdes, no me tomo demasiadas
confianzas con Moki. Tiene un carácter más bien arisco. Sin embargo la admiro
mucho. Me gusta su radical independencia y el hecho de que no hace excepciones.
Es arisca conmigo y lo es también con su propia hija, Zumba, que a su vez tiene
un carácter dulce y juguetón, contrario al de su madre.
Cuando Moki se
aposentó a parir en una esquina de nuestro porche la dejamos tranquila, la
abrigamos y le dimos de comer. Bajo su vientre sólo vimos un cachorro. No
sabemos qué fue del resto, si es que los hubo, aunque mejor no pensar lo que
pudo hacer con ellos.
Dos o tres semanas
más tarde aprovechamos la ausencia de la madre para coger a Zumba, la cachorra.
Grave error. Cuando la madre detectó que le habíamos sobado a la pequeña la
cogió por el cuello y se la llevó. Tardaron más de un mes en reaparecer.
Seis meses
después tuve que montar una operación de captura para llevarlas al veterinario
a que las esterilizara. La pequeña ya estaba preñada, igual que la madre. La
naturaleza es implacable.
Creo que Moki no
me ha perdonado aún el que la metiera en una jaula, con malas artes, y la
llevara a la consulta del veterinario. No sabe la pobre el favor que le hice.
Pero no pierdo
la esperanza de que algún día se olvide de aquel agravio y ronronee cuando la
acaricie.
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