jueves, 15 de diciembre de 2016

Por hayedos alfombrados y rasos con acebos, camino del Izu

El hayedo de Eskaz por la mañana

El bosque está sombrío por la mañana. Cuando regrese, al atardecer, la luz de poniente le dará alegría y calidez. Una ardilla cruza el camino a la carrera; tiene la cola más larga que el pequeño cuerpo. La senda, sembrada de piedras y raíces, requiere atención. Tengo ganas de salir ya al raso. Cada vez me gusta más caminar por lugares abiertos y despejados.

Un rebaño de ovejas se ha concentrado, a mi paso, bajo un robledal. Voy dejando a la derecha un pinar muy espeso y, finalmente, salgo a cielo abierto. En la distancia veo el trazado que sigue el camino, flanqueado por puestos de caza, afortunadamente desiertos.

Por la izquierda, abajo, diviso los tejados de los pabellones industriales de Lesaka. Luego empiezan a verse los acebos, algunos de troncos añosos, cargados con sus frutos rojos, aislados en la ladera; viejos robles se apostan junto al camino.




En el cruce de Pagolleta hay una losa de granito con un signo que parece un báculo. Me pregunto si será un petrogrifo, pero luego leo que se trata de un mojón de la Colegiata de Santa María de Roncesvalles, propietaria de estas tierras entre los siglos XIII y mediados del XIX. ¡Casi nada!

La encrucijada es muy amena, con viejos robles, acebos y una gran chabola, además de los puestos de caza encaramados a las copas de los árboles. En un rato empieza la pendiente para alcanzar la cima del Izu. Yo sigo de frente, pero por la derecha, a través del hayedo, hay un camino mucho más cómodo que elegiré para regresar y que casi nos deja también en la cima.

Hacia el Izu

Yanci/Igantzi en el fondo del valle

Durante la subida se pasa junto a varios pequeños cromlech y algún túmulo. Hay algunos pasos fatigosos. En el fondo del valle aparece Yanci/Igantzi. Desde tan arriba me cuesta reconocer el pueblo en el que pasé una larga temporada y que tantos recuerdos me trae. Al otro lado, el embalse de Artikutza, rodeado de bosques.


Varios cromlechs junto a la cima del Izu

La cima del Izu es amplia y herbosa. Hay varios cromlechs. Me acomodo junto a uno de ellos y doy cuenta de mi almuerzo. Luego me tumbo un rato al sol. Apenas pasan aviones y solo al cabo de un buen rato se dejan ver un par de buitres.





La bajada por el hayedo resulta muy agradable, el suelo alfombrado por la hojarasca que en ocasiones oculta el camino. Por donde he venido me vuelvo, lo que no suele ser habitual. Tiene su interés. La luz ha cambiado y, con ella, la impresión del paisaje. El bosque se ha vuelto más alegre, menos lóbrego. Unos caballos pastan junto al camino. Se apartan un poco a mi paso.


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