He
visto esta película sin prejuicio alguno. Las críticas que he leído son
excelentes. Estaba dispuesto a disfrutarla a tope. Había visto dos o tres películas
de Jim Jarmusch que me han gustado, en especial El camino del samurái. Sin embargo
Paterson, aún reconociendo sus excelencia visual y el excelente trabajo que
lleva a cabo el actor protagonista (Adam Driver) me ha decepcionado, me ha
aburrido y, lo que es peor, me ha irritado. Incluso me planteo si esta película
no es en realidad una obra satírica que los críticos no han sabido entender,
una película que se ha quedado con la aureola de poética e, incluso, de obra
maestra, sin serlo. Pero claro, si no se trata de una pieza satírica, entonces…
es un fracaso.
La
película está estructurada en siete partes, correspondientes a cada día de la
semana en la vida de un conductor de autobuses, que además escribe poesía, su
esposa y su perro. Cada una de las partes empieza con el despertar del
conductor. Pues bien, para el martes, yo ya estaba empezando a mosquearme. El
martes, como ya hizo el lunes, ella, cuando aún no ha abierto los ojos, se pone
a contarle a su pareja que ha vuelto a soñar con él; en esta ocasión sueña que
iban a tener gemelos. El pone cara de poker, o de lelo, o de ensimismado, no sé
bien cómo calificarla. Es la cara que ya mantendrá durante todo el metraje. Y
no es para menos porque ella es una petarda y una empalagosa. La expresión de Paterson
(el protagonista se llama como la ciudad en la que vive) es tan indescifrable
que no se sabe si está localmente enamorado o si, en el fondo, está
completamente resignado a la pareja que le ha tocado en suerte.
Además,
esta pareja, tiene un perro, Marvin, una especie de bulldog. Un perro con
derecho a butaca con mantita. Y el perro, para mayor escarnio, habla, es decir, interviene en los
diálogos con sus expresiones. Confieso que no soy demasiado partidario de las
películas con perro protagonista. El perro, a todas luces, es de ella, pero
Paterson se ocupa de sacarlo por las noches y parece claro que siente escasa simpatía
por el animal aunque, como todo en su vida, lo lleva con resignación.
Esta
película chirría por varias de sus costuras. Lo peor, quizá, es Laura, la joven
y bella esposa. Como he señalado, una petarda. Laura no sabe lo que quiere, o
peor, quiere demasiadas cosas. El lunes quiere ser cantante de country, el
martes repostera, el miércoles pintora y el jueves vuelve a lo del lunes y en
este plan. Lo que sí hace es pintar y manualidades. Pinta toda la casa, de
arriba abajo, pero siempre en blanco y negro y con motivos geométricos: las
paredes, los suelos, las cortinas, las alfombras, el coche. Por supuesto, toda
la ropa que lleva es en blanco y negro y con motivos geométricos. De vez en cuando,
mientras pinta la pared, se da un brochazo en el vestido que lleva puesto y
corre al espejo a mirar qué tal le queda. En fin, ¡tela!
Paterson,
por su parte, se levanta a las 6.15, desayuna unos cereales con forma de minirrosquillas
-que parecen pienso para perros flotando en un líquido blancuzco-, camina hasta
la estación de autobuses y conduce su viejo vehículo hasta que concluye su
jornada laboral. En la pausa para comer se va a un parque y, mientras come,
escribe sus poemas en un cuaderno. Una voz en off nos lee lo que escribe y a
medida que lo escribe.
Estos
poemas, inspirados en su poeta favorito, William Carlos Williams, que también
vivió en Paterson, son mediocres tirando a malos, para qué nos vamos a engañar.
Pero, bueno, él tampoco parece darles demasiada importancia, aunque en realidad
sí se la da, pues pasa la mayor parte de su tiempo libre escribiéndolos.
A
este joven se le ve buena gente, pero es un poco panoli, aunque tampoco descarto
que en realidad sea un tipo zen y yo no lo haya captado adecuadamente. Resulta
agradable, salvo cuando se le ve comiendo, pues tiene la costumbre de beber
agua con la boca llena, lo que resulta un poco infantil.
Quizá
lo mejor de la película sea el final, pero tras una avalancha de diálogos anodinos
y deslavazados y una hora y media de un aburrimiento plano, un buen final ya
consuela poco. A mí me dio la impresión de que el público alrededor se aburría,
pero si hacemos caso de la crítica periodística estamos ante una obra maestra.