jueves, 19 de enero de 2017

El Grankanto de Jaizkibel, retablos de filigranas en piedra arenisca

Formas caprichosas (una tortuga?) esculpidas en la piedra arenisca por la naturaleza

En el verano de 1843 Víctor Hugo pasó unos meses entre San Sebastián y Pasajes de San Juan. En Pasajes se dedicó a recorrer el monte Jaizkibel. Sus impresiones fueron recogidas en el libro Los Pirineos. En esta obra Hugo hace un elogio de la piedra arenisca, que forma parte de los acantilados que recorren la costa entre Pasajes y el cabo de Higuer en Fuenterrabía. Compara Hugo, por su versatilidad y su capacidad de adoptar todo tipo de formas, a la piedra arenisca con los olmos.

El escritor francés escribe un elogio de la piedra arenisca, pese al menosprecio que sufre por parte de los geólogos. "La arenisca es la piedra más divertida y la más extrañamente modelada que existe. No hay aspecto que no adopte, no hay capricho que no tenga,no hay sueño que no realice. Parece estar animada de un alma múltiple." El romántico Hugo, durante sus paseos montañeros dejaba correr su imaginación y vislumbraba en las formaciones de arenisca "un ermitaño con cogulla, enanos con picos de pájaro, un ídolo barrigudo, un sapo barrigudo agachado."



Esta mañana de viernes la he dedicado a explorar uno de los rincones emblemático del Jaizkibel, el denominado Grankanto, donde se puede ver una de las formaciones de piedra arenisca más interesantes del litoral vasco. Cuando dejo atrás Hendaya la niebla no ha termina de levantar. En la desembocadura del Bidasoa me detengo a fotografiar un efecto de rayos de luz lanzados desde el cielo sobre la tierra.

La excursión comienza junto a la taberna Jaizkibel (a 5 kilómetros de Pasajes). Por el camino de la izquierda alcanzo la senda que baja a Grankanto. El camino ha sido desbrozado por una asociación de amigos del Jaizkibel, según me comenta una pareja que también visita la zona.



Grankanto es una gran roca sobre el mar donde la naturaleza ha esculpido la piedra arenisca creando varios retablos filigranescos. Las llamadas geoformas sobrepasan ampliamente las expectativas que llevaba en la cabeza. El conjunto me produce una impresión como de arte oriental. El primer sol de la mañana incide sobre coloraciones amarillas, rojizas, ocres. Las formas son totalmente caprichosas.

El especialista Jesús Mari Alquézar lo ha descrito con estas palabras: “alvéolos, nichos, concavidades, formas esféricas, copas, cubetas, pilares, arcos, ventanas, salientes.” Todo ello se puede contemplar en este lugar asombroso.

La roca cae sobre el mar. En algunos momentos siento un poco de vértigo lo que me desanima a seguir el itinerario previsto y continuar explorando otros lugares situados más abajo, pero creo que he visto lo más destacado. Decido regresar sobre mis pasos en lugar de completar la ruta circular. El mar al fondo aún está medio oculto por una gran franja de niebla. Un caguero espera inmóvil su turno para entrar en el puerto.

Un acebo en la ladera del Mitxintxola

Como la mañana ha quedado soleada y fresquita prolongo el paseo hacia Pasajes, por un bonito camino que bordea los acantilados. Dejo un pinar a mano izquierda y alcanzo lo más alto de la bocana del puerto de Pasajes. Rapaces que vuelan en círculos y cuervos que se mueven en pequeños bandos. Ruido de fondo de gaviotas que se sobrepone al perpétuo rumor del mar. Embarcaciones de pesca, un velero, lanchas rápidas y una avioneta blanca. 

La bocana del puerto de Pasajes se atisba desde lo alto del sendero

Cuando el camino desciende bruscamente me doy la vuelta. Aprovecho una laja, que parece diseñada como un banco, para sentarme y almorzar bajo el sol invernal. Contemplo la línea de los montes, desde las Peñas de Aya, el propio Jaizkibel, las cimas paralelas a la costa, hasta el cabo de Urgull.

Pasan, en grupos aislados, unos cuántos senderistas franceses. Suelen frecuentar estos caminos. No sé si por efecto de la publicidad que le hizo Victor Hugo o porque estas rutas salen mucho en las revistas especializadas.


De regreso subo hasta el Mitxintxola (312 m), que tiene un frente rocoso que vierte sobre el valle. Las vistas son espectaculares.

Hugo tuvo que interrumpir su viaje por una desgracia familiar que le reclamó en París. Su hija Leopoldine, y su marido, fallecieron ahogados al naufragar la barca en la que paseaban por el Sena. Hugo dejó el libro de este viaje inacabado.

En la desembocadura del Bidasoa me detengo a fotografiar un efecto de rayos de luz lanzados desde el cielo sobre la tierra.

Yo aprovecho que la bruma, finalmente, ha desaparecido, para deambular un buen rato por estos caminos antes de regresar. Lo hago por el lado de Pasajes. La luz ya declina y dejo para otro día la visita a la localidad. Hay mucho tráfico en la carretera. Pronto concluirá el año.

La ruta -seguida sólo al principio- en Wikiloc

Jaizkibel, más escopetas que pájaros

Por la senda de Jaizkibel con vistas sobre el océano

Un paseo por Jaizkibel con vistas al mar