miércoles, 11 de enero de 2017

Caminando entre grandes encinas en Solanara


Desde la bajada del monte Contazuelo se divisa esta bella panorámica de Castrillo de Solarana y los campos que la rodean

Qué bonita esta Senda de las Grandes Encinas, que comienza en la localidad burgalesa de Solanara, situada al pie de la carretera que conecta Lerma con Santo Domingo de Silos. Sin ánimo de menospreciar a ninguna otra comarca -pues todo lo que voy conociendo de la provincia burgalesa me gusta mucho- esta región del Arlanza me gusta particularmente.




Nada más arrancar me topo con un crucero, al que veo similitudes con una picota, en el que se puede leer la siguiente inscripción: “Reconstruido bajo el caudillaje de Franco. Año MCMXLIV.” A medida que me alejo de la localidad la voy viendo en perspectiva, con la poderosa torre de su iglesia y los álamos recortados en el horizonte. Poco antes de adentrarse en el bosque de encinas, por donde discurre la mayor parte de la ruta, hay que desviarse unos metros para conocer un paraje encantador. Se llama la Fuente Untierma. Es un manantial de cuya agua se ha abastecido Solanera durante siglos. El paraje, con su chopera, es muy ameno.


La chopera de la Fuente de Untierma 



Este hubiera sido el momento de retroceder unos pasos y acercarme hasta la ermita de San Miguel, tanto para ver la ermita como para investigar un poco sobre el castro celtibérico que hubo en este enclave y que fue habitado hasta la época tardorromana. Sus primeros habitantes fueron los vacceos, una tribu celta. Se dice que el asentamiento fue importante, con una extensión de 12 hectáreas y unos 2500 habitantes. Lo dejo para otra ocasión, porque ya me he adentrado en el bosque, en ligero ascenso, y me faltan ojos para contemplar esta maravilla de viejas encimas que están un poco por todas partes.

Troncos de gran tamaño, con formas retorcidas, algunos bifurcados, lo que les proporciona una copa muy abierta; las más viejas tienen oquedades en los troncos. El camino de tierra serpentea. Hay un silencio poderoso. Ni siquiera llega hasta aquí el ruido del tráfico. Estos ejemplares añosos transmiten una sensación -por antigua y por bella- de materia venerable. Aunque la ruta está perfectamente señalizada, me desvío un poco y regreso atravesando el bosque. Todo se ve limpio y cuidado. Sin duda la gestión de estos encinares ha sido y es cuidadosa.



Aunque hace frío estas últimas semanas del año, el cielo está gris pero alto. Más adelante, hacia la primera hora de la tarde, veré alguna pincelada azul. Atravieso un paraje al que llaman Encina Grande, pero yo no veo ninguna que destaque sobre las demás. En un claro del bosque, junto a unas ruinas, me detengo a descansar, a comer algo y a quedarme un rato disfrutando de la soledad y del silencio. De vez en cuando se escucha a un pajarillo y poco más. Se está bien aquí, sin hacer nada, contemplando lo que hay alrededor, dejando que el tiempo se deslice a su antojo. Luego continúo por caminos llanos que siguen atravesando la sierra. Llego hasta una torre de telefonía y busco el vértice geodésico, pero está metido en la espesura y no me apetece salirme del camino.

Ignoro cuál es la función de estos conos situados en el paraje Encina Grande

 A partir de aquí comienza el descenso por un camino ancho. A la izquierda aparecen ruinas de antiguas tenadas para el ganado. Se divisa una gran panorámica de la comarca por el norte, dividida en grandes parcelas que oscilan entre el verde y el marrón de los barbechos; suaves ondulaciones del terreno.

Dejo para otro día la visita a Castrillo de Solanara. La torre de su iglesia de San Pedro destaca por sus dimensiones y por su aspecto de solidez. Está considerada como uno de las más notables del románico burgalés, en especial por su ábside, que tiene dos galerías de arcos ciegos.



Entre pinares, desde Pradoluengo, por la Sierra de la Demanda

El desfiladero de la Hoz y el embalse de Alba en los Montes de Oca

La encantadora ermita burgalesa de Santa Cecilia