Desde Quintanilla Sobresierra, pequeña localidad del páramo al norte de Burgos, parten varias rutas balizadas. He elegido la que recorre el viejo camino que conecta Quintanilla con la vecina Hontomín, una ruta cuya única dificultad es la climatología invernal. Aunque me gusta mucho andar por estos viejos caminos castellanos que parecen adaptarse como un guante al paisaje que recorren, creo que esperaré a la primavera para regresar.
En efecto, la mañana ha salido muy fría y amenaza lluvia. Afortunadamente apenas caen cuatro gotas, pero como ha llovido los días precedentes en algunos tramos hay algo de barro. Nada importante. El camino de ida discurre por la parte alta, atraviesa varias lomas y es algo más abrupto que el de vuelta, que es muy cómodo. La única dificultad es que a lo largo de casi un kilómetro desaparece el camino y hay que andar campo a através. No sé cuál es la razón. Imagino que el antiguo trazado ha sido invadido por algún campo de labor, una circunstancia que ya he observado en otros lugares y que, francamente, resulta bastante incómoda.
Quintanilla Sobresierra al fondo
Un grupo de chopos resalta entre las líneas horizontales del páramo
A lo largo de la mañana he escuchado tres o cuatro potentes explosiones procedentes de la fábrica de explosivos situada en el término municipal. Conviene tenerlo en cuenta para evitar sobresaltos.
Voy y vengo en completa soledad. A primera hora he sorprendido a un zorro de buen tamaño que abrevaba en una regata junto al camino. Era marrón y gris. El animal se ha llevado un buen susto y ha huido como una flecha. No ha habido forma de contemplarlo más allá de un par de segundos. Los otros seres vivos que he encontrado han sido bandadas de pajarillos que sobrevolaban los campos en barbecho lanzando piadas.
El camino es muy claro y está perfectamente señalizado, así que se anda con total despreocupación, al margen de si llueve o deja de hacerlo. El paisaje del páramo se extiende alrededor, con pequeñas elevaciones y grandes extensiones de campos de cultivo ocres y marrones, algunas manchas verdes. La vegetación es escasa, con predominio de la encina y algunos chopos muy aislados. Cuando el paisaje es tan austero como este parece que los detalles destacan más y la mirada se hace más profunda.
Desciendo y me adentro en Hontomín. Llego hasta la iglesia de San Lorenzo, que tiene una torre maciza de aspecto militar. En un banco bajo la fachada principal, aterido de frío, me siento a reponer fuerzas. A mi izquierda hay una fuente cegada con una inscripción. En ella se recuerda que por Hontomín pasó y pernoctó el emperador Carlos V, camino de su retiro en el monasterio de Yuste. En Hontomín arranca también una ruta por el cañón del río Homino, que da nombre al pueblo. Es conocida por su paisaje de torcas, profundas depresiones del terreno entre bordes escarpados.
El frío me invita a ponerme en movimiento y cojo el camino de vuelta, que resulta menos abrupto y atraviesa campos de cultivo por donde sobrevuelan bandadas de pajarillos. Poco antes de llegar a la confluencia con el camino de ida hay una desviación a la izquierda que aproxima a un bosquecillo de quejigos. Por la izquierda se vislumbra en lo alto una ermita que, seguramente, será accesible por la ruta de las ermitas. Dejo para otro día la visita a la iglesia de Quintanilla. En media hora llego a Burgos.
Sendero de Hontomín. La ruta en Wikiloc
Mi "aventura" en la Peña Amaya
El robledal de Carcedo, en Burgos
Un paseo por la solitaria Mesa de Oña