domingo, 8 de enero de 2017

Esperando a los bárbaros, de J.M. Coetzee

Ulpiano Checa, La invasión de los bárbaros

Una fortaleza, una ciudadela en la frontera exterior del Imperio. Ubicada en el desierto, junto a un oasis que en realidad es un lago. La fortaleza, al parecer, está amenazada por los bárbaros. Los bárbaros son tribus nómadas muy retrasadas culturalmente. La fortaleza está dirigida por un veterano magistrado que es también el narrador y el protagonista de la novela. Ha llegado un coronel, al mando de una tropa militar, con el objetivo de dar un escarmiento a los bárbaros.

La expedición sale al desierto y, cuando regresa, trae un grupo de prisioneros. Mientras los torturan el magistrado mira para otro lado. Matan a uno de ellos y dejan a su hija ciega y tullida. Cuando los militares se van el viejo magistrado entabla una extraña relación erótica, pero no sexual, con la joven. Al cabo de un tiempo decide devolverla a su pueblo. Para ello realiza un penoso viaje invernal a las lejanas montañas. Tras muchas penalidades entregan a la joven y regresan.

Cuando llega al fuerte los militares ya están de vuelta para una nueva campaña de persecución y represión de los bárbaros. El coronel procede a detener al magistrado acusándole de traición por intentar entablar negociaciones con los bárbaros. Lo encarcela durante meses, lo tortura y está a punto de acabar con él. El magistrado pasa de ser la primera autoridad a ser un paria, un apestado social, un mendigo. Todos le recriminan por su relación con la joven bárbara.

El protagonista reflexiona sobre su vida, sobre la vida en la fortaleza. Entretanto aparecen los pescadores, un pueblo que vive extramuros, en las orillas del lago, en la miseria y el primitivismo. Los pescadores también temen a los bárbaros. Al principio son aceptados en la ciudadela; luego son rechazados. Durante el tiempo que dura la expedición de castigo la vida en la fortaleza, bajo una autoridad policial, degenera. El tiempo pasa y no hay noticias, sólo rumores, de lo ocurrido con la expedición contra los bárbaros. Todos temen lo peor y ven en peligro sus vidas. Empieza a cundir el pánico. Los militares cometen todo tipo de excesos contra la población. Muchos empiezan a huir hacia el interior del Imperio.

El magistrado, tras estar a punto de morir ahorcado, empieza a disfrutar de una relativa libertad. Se olvidan de él. Le permiten deambular, pero debe mendigar su comida. Por temor a los bárbaros el pueblo ha caído en manos de los militares, que se limitan al saqueo. La comunidad cae en el desorden y el caos.

Se ha especulado mucho sobre el Imperio al que se refiere Coeztee. Lo único cierto es que no parece un imperio moderno. No hay rastros de vehículos de motor, ni de tecnología. Es un Imperio imaginario. El talento del autor para conducir la narración es notable. Las descripciones son brillantes. A veces me recuerda a los ambientes que tan bien describe el norteamericano Cormac McCarthy.

Alguna crítica considera que Coeztee puede haberse inspirado en el célebre poema Esperando a los bárbaros de Kavafis. La conclusión que yo he sacado tras esta lectura, la segunda que hago de esta obra (la primera de hace una década ya la tenía olvidada) es que los imperios no son derribados por un enemigo exterior (los bárbaros) sino que se autodestruyen. Aquí viene a cuento los versos finales del poema de Kavafis: “¿Y qué será de nosotros ahora sin bárbaros?/ Quizá ellos fueran una solución después de todo.”

Hay reflexiones interesantes cuando el magistrado narrador repasa su actividad al frente de la fortaleza. “Yo era la mentira que un Imperio se cuenta a sí mismo durante los buenos tiempos, él (el coronel jefe de los torturadores) es la verdad que un Imperio cuenta cuando corren malos tiempos. Dos caras de la dominación imperial. Ni más ni menos.” La crítica al Imperio y al imperialismo es demoledora.

Pero, aún hay más: “Sucumbimos sin haber aprendido nada. En todos nosotros, en lo más recóndito, parece haber algo granítico e incorregible. Nadie cree realmente, pese a la histeria en las calles, que están a punto de destruir el mundo de tranquilas certezas en que hemos nacido. Pero, ¿quién soy yo para burlarme de las ilusiones que nos ayudan a vivir?”


J.M. Coetzee, Esperando a los bárbaros (1980). Traducción de Concha Manella y Luis Martínez Victorio. Ed. Debolsillo.

Butcher´s Crossing, de John Williams  

Sumisión, Houellebecq