viernes, 7 de abril de 2017

Por los rasos de Barcina de los Montes


Barcina de los Montes

Ahora que ya conozco la carretera que desde Burgos atraviesa el Portillo del Busto, por Busto de Bureba, continúo la exploración del parque natural de los Montes Obarenes. Esta mañana me he acercado hasta Barcina de los Montes, pequeña localidad montañosa que pertenece al municipio de Oña y que dista unos 8 kilómetros de esta ciudad.

A la entrada del pueblo he encontrado un cartel que dice: “Cuidado. Niños sueltos”. Lo pusieron unos padres de los que vienen por aquí en la temporada de verano. En Barcinas, durante el invierno, la población es de 15 vecinos, una cifra que se multiplica por mucho al llegar el verano, cuando alcanza las 300 o 400.



El camino de los rasos, al fondo las cimas del Pan Perdido

En esta mañana de marzo, en la que el sol se disputa el cielo con las nubes, apenas se ve gente por las calles. Dejo mi vehículo muy cerca del camino por donde voy a iniciar una ruta que discurre por los montes que dan nombre al pueblo. Es una ruta señalizada que, por un camino de tierra, ancho y despejado al principio, conduce, en suave ascenso, hasta un bosque de hayas jóvenes.

Cuando termina el bosque aparece una zona de rasos, muy agradable de caminar, pese a las rachas fuertes del viento del sur. Dejo a mi espalda las cumbres almenadas del Pan Perdido, donde sobrevuelan los buitres, y llaneo entre pastizales durante varios kilómetros. Los rasos altos, con buen sol, se andan como sin querer. Por aquí pastorean las ovejas durante la temporada de verano. La senda es muy clara y se bifurca de vez en cuando para volver a unificarse. Aún es pronto pero, en unas pocas semanas, cuando se imponga la primavera, estas campas tienen que estar preciosas con las florecillas silvestre salpicándolo todo. De momento, entre las piedras, ya han brotado las primeras de intenso amarillo. No me encuentro con ningún caminante aunque, más adelante, me cruzo con varios ciclistas.

Las primeras flores silvestres

La pequeña tejeda
Junto a una hondonada, donde nace un barranco, hay una pequeña tejeda, acompañada de un cartel. Estos paneles informativos que han instalado por los caminos y las rutas son muy de agradecer. En este parque se han criado tejos de los que, desgraciadamente, sólo han quedado algunos topónimos. El tejo es un árbol de crecimiento muy lento. Los muy jóvenes ejemplares que podemos ver tardarán siglos en alcanzar el porte de los existentes en el desfiladero de la Horodada, cerca de Tartalés de Cilla, lugar que me apunto para una visita.

Dejo a mi izquierda una pequeña laguna y el chozo de las merinas para dar un giro por donde abandonaré los rasos e iniciaré, bosque a través, la vuelta a Barcinas. En este punto, veo a lo lejos a dos caminantes que siguen mi dirección. Aquí hay un cruce de caminos con varias opciones, hacia Oña o hacia Penches, todas ellas debidamente señalizadas.

Panorámica desde el punto más elevado de la ruta

La senda, que atraviesa otro hayedo joven, está alfombrada de hojas secas. Además de hayas hay también pinos y boj. En unos minutos alcanzo el camino de tierra que me devolverá al punto de partida. El camino se me hace un poco largo. Tras el letargo invernal el bosque parece ir recuperando su vitalidad o, al menos, eso sugieren las piadas de aves que empiezan a escucharse.




Dejo a un lado una fuente y aprovecho una campita a la vera del camino para comer algo y, a continuación, tumbarme un rato al sol tibio que va y viene. Con bastante pereza me dejo llevar de vuelta. Las horas que restan de día quiero dedicarlas a inspeccionar la bella Tobera, porque en mi anterior visita a Frías no tuve tiempo de contemplar sus afamadas cascadas.

El cementerio de Barcina
Con el primer sol de la tarde, paso junto al pequeño cementerio, recogido tras unos muros altos donde despuntan unos pinos. Por el mismo camino llego hasta la iglesia, consagrada en honor de Santa Eulalia de Mérida, y que parece algo deteriorada. Es de traza muy simple, sin relieve alguno ni en la portada, que es una simple puerta, ni en el ábside. La torre es sólida y maciza, de tres cuerpos. Santa Eulalia, natural de Mérida, era hija de un senador romano. Nació hacia el 292 y fue martirizada a los doce años durante la persecución de Diocleciano. Los lectores curiosos podrán informarse sobre la historia o la leyenda de esta criatura pinchando aquí. Fue una santa de mucha devoción en España.

La iglesia de Santa Eulalia de Mérida, en Barcina
Barcina de los Montes ofrece bastantes posibilidades para el aficionado a las caminatas. Por ella pasas, o se inician, varias rutas señalizadas en un entorno natural interesante y agradable.