Media docena de aspersores riegan por la mañana cada uno
de los pequeños parterres del barrio. Todo sería muy civilizado de no ser porque
varios parterres –los que están situados junto a las terrazas de los bares-
están llenos de papeles y de plásticos. Los buenos hosteleros no se ocupan de
limpiar cada mañana, o cada noche, la basura que arrojan sus distinguidos
clientes. Y nadie, con autoridad,
se lo reclama. Todos, autoridades y hosteleros, se limitan a hacer caja.
En relación a este asunto, he observado que hay un tipo de ciudadanos -más abundante de lo que pudiera
parecer-, que se sienten molestos ante la limpieza y el verdor, y aprovechan la menor
oportunidad para ensuciar.
Hay gente que no soporta ver la calle
limpia. Les parece una provocación, un atentado a su libertad y a su derecho a
ensuciar. Pues, obviamente, consideran que ensuciar la vía pública es un
derecho suyo. Algunos dicen que está relacionado con la educación, o la falta
de ella, pero veo a muchos jóvenes, a los que todos pagamos una educación, que también se
jactan de estas prácticas. No sé. Es un asunto extraño.