domingo, 5 de noviembre de 2017

En el cementerio de Sad Hill tras los pasos de Clint Eastwoord



El cementerio de Sad Hill, decorado de El bueno, el feo y el malo
Cuando ya había echado a andar por el viejo camino que conecta Contreras con Santo Domingo de Silos, me he llevado un susto descomunal. Han aparecido sobre mi cabeza dos aviones de combate, en vuelo rasante, metiendo un estruendo que me ha dejado con palpitaciones durante un buen rato. Eran pequeños, herméticos, de color gris oscuro metalizado, siniestros. Uno de ellos hacía cabriolas.

Lo he tenido por un mal augurio, porque un rato antes, viniendo por la carretera de Soria, de un solo carril, me ha tocado por delante uno de esos camiones de transporte especial que circulaba a 40 por hora. Cuando ha llegado mi turno y no me ha quedado más remedio que adelantarlo, me he dado cuenta de que era larguísimo y que la maniobra me iba a llevar más tiempo del previsto. No ha pasado nada, pero mis niveles de estrés se han disparado.
Desde Barbadillo del Mercado hasta la pequeña localidad de Contreras hay siete kilómetros. La carretera es estrecha y atraviesa un paisaje muy agradable y tranquilo. Mi intención es llegar hasta el cementerio de Sad Hill, el lugar donde Sergio Leone rodó parte de la película El bueno, el feo y el malo, en 1966.

 Silueta del monte Carazo, un sinclinal colgado de cinco kilómetros

El camino que sigo es ancho y compacto, arenoso, en una pendiente muy suave. El sol no encuentra nube alguna que le frene pero, afortunadamente, sopla una brisa suave. Apenas hay una sombra, porque las numerosas sabinas que habitan estas tierras, están a unos metros del trazado que sigo. El paisaje tiene un encanto un punto misterioso. Se trata de un gran valle, rodeado a izquierda y derecha por grandes cerros alargados. El de la izquierda, que va cambiando su perfil a medida que avanzo, es el más alto. Se llama Peña Carazo. Una docena de buitres planea sobre su cima. Otro tanto ocurre en los riscos que tengo a la derecha. Tanto en sus laderas como en el valle el árbol dominante es la sabina.
A la salida de Contreras hay una plantación de nogales, que tienen los troncos pintados de blanco. Más adelante aparece un denominado Monumento al Burro, con una serie de tallas en piedra y de inscripciones de muy amena lectura. Hay también otro monumento dedicado al naturalista Félix Rodríguez de la Fuente, además de un par de fuentes. Son obra de un escultor que firma R. Santa, alguien que tenía buena mano para las tallas y, sin duda, una filosofía vital propia acompañada de una pizca de sentido del humor muy de agradecer.

 Monumento al burro y homenaje a Rodríguez de la Fuente

Al comienzo de una curva, desde lejos, me parece ver una figura, pero están tan inmóvil que, hasta que no me aproximo, dudo si es o no es. Es un hombre con una gorra que permanece sentado en una roca junto al camino. Charlamos un rato. Tendrá algo más de setenta años. Me cuenta que ha sido pastor durante muchos años y que empezó a los nueve. Cuando se entera de que voy al cementerio me cuenta que la película se rodó también en las ruinas del Monasterio de Arlanza y que se cortaron muchas sabinas con tal motivo. “Ahora no les dejarían cortarlas”, me dice. "Espero que no", contesto, aunque no lo tengo demasiado claro. El hombre despotrica un poco contra los jóvenes, que están demasiado mimados en su opinión, y no quieren trabajar. Durante nuestra charla pasa un tercer avión de combate, también muy rasante. Visto y no visto. Tras algunas explicaciones más, de índole geográfica, nos despedimos.
No tardo en llegar al cementerio de Sad Hill, construido ex profeso para la película citada. Está pegado al camino. Hay una variada iconografía que recuerda aquel evento y, un poco más abajo, todas las cruces que se instalaron para el rodaje. Cada una de ellas lleva un nombre. El lugar forma una pequeña hondonada rodeada por todos los lados por los cerros. A saber cuántos árboles talaron para el evento.
Decido descansar un rato sentado a la sombra de una sabina. Tengo enfrente a Clint Eastwoord, con su poncho y su revolver a la cintura. Saco mi fruta y en esas escucho unos ruidos que proceden de la sabina a mi espalda. Me levanto a inspeccionar y veo que, en un hueco del tronco, hay un nido y el alboroto procede de los polluelos cuando han detectado mi presencia. En realidad no puedo verlos, pues el hueco se hunde y, desde fuera no se ve nada. Los dejo tranquilos y me pongo a lo mío. Al poco rato aparece la madre, que tampoco puedo ver, pero que se instala en una de las ramas y se pasa todo el rato advirtiéndome con sus piadas de que no está nada satisfecha con mi presencia intrusiva. Antes de irme le dejo un puñadito de frutos secos como desagravio.

Viejas sabinas se extienden impasibles por los alrededores
Al mediodía, pese a la brisa, el calor aprieta, lo que me incita a buscar la sombra así que me adentro en el sabinar. Es muy agradable y solitario. Hay ejemplares muy viejos y muy bellos que transmiten una sensación de paz y serenidad. A la sombra de uno de ellos me quedo un buen rato, disfrutando del paisaje, de la tranquilidad y del airecillo que es una bendición. Se escucha el rumor del viento entre las copas, piadas y alguna esquila también. El camino que pasa al lado me conduciría hasta el pueblo de Carazo y de él, en una trepada, podría ascender hasta la cumbre. Nada más lejos de mis intenciones. Ahora me conformo con disfrutar del aire libre, de la naturaleza y de los paseos no demasiado exigentes.
Por donde he venido me vuelvo. Antes de coger el coche le doy un vistazo a la iglesia y al pueblo de Contreras. La iglesia es muy sobria, de buen tamaño y de buena factura. En su acceso hay un monumento en piedra dedicado al fundador de la localidad. A su lado un par de troncos de árboles fosilizados. Podrían tener millones de años. La vuelta es mucho más tranquila.