miércoles, 22 de noviembre de 2017

Un paseo veraniego por la nava de Temiño y sus arroyos


Cuando llego sobre las 9 de la mañana y desciendo del coche, lo primero que escucho son las trisadas de las golondrinas. Esto me ha pasado en Temiño y en todos los pequeños pueblos burgaleses que he visitado en los últimos meses. Es una alegría el verlas volando infatigables en todas las direcciones.

Hoy también parece que hará calor, pero aún quedan unas horas de frescura y siempre cabe el alivio del aire que corre con frecuencia en estos montes. Aún no he dado media docena de pasos por el camino vecinal que voy a seguir, cuando veo un par de conejos merodeando junto a unas piedras. Se supone que los conejos son abundantes en el país, pero yo es la primera vez que los veo.


Al llegar a la cantera, que está en plena actividad, continuo por la derecha y, poco a poco me voy internando en la nava, que queda a mi izquierda. Las tierras bajas de la nava están ocupadas por campos de cereal que está siendo cosechado estos días veraniegos. El par de arroyos que las atraviesan, bajan muy escasos de caudal. A la derecha del camino hay una ladera de monte en la que predominan las encinas, que resaltan sobre la piedra gris. Lavandas y otras plantas mediterráneas por doquier. Esta lavanda campestre es de escasa altura pero su fragancia es intensa. Me echo una florecilla al bolsillo para olfatearla de vez en cuando. Quizá por la presencia del cereal abundan las aves, de varios tamaños, por estos campos.

 El camino hacia Monasterio

A medida que avanzo el paisaje gana mucho en amenidad y belleza. Cruzo por primera vez el arroyo de la Viguilla y, a partir de aquí, el camino remonta ligeramente. Aparecen algunos chopos y la vegetación se hace más frondosa. El camino discurre por la vaguada y en paralelo al trazado del arroyo, describiendo curvas pronunciadas. Los riscos vigilan en lo alto y, a diferencia de la nava, ahora abundan las sombras.

Flanqueado por dos chopos hay un puente que salva el Viguilla. El agua ni se ve ni se escucha. Siempre me llama la atención cómo protege la naturaleza –por medio de la vegetación- a los cauces de agua. Allí donde no hay protección se adivina la mano humana.

 La nava desde lo alto

Sentado en un viejo tronco arrumbado sobre el camino descanso un rato y como mi fruta. Hace un momento mi paso ha levantado tres perdices, en la esquina de un campo cultivado. Y unos segundos después han surgido con su ruido como de motor tres o cuatro perdigones. Iban tan rápido que no me ha dado tiempo a levantar los prismáticos. Si continuara por este camino llegaría en unos kilómetros hasta Monasterio de Rodilla, por donde ya anduve el año pasado.

Doy media vuelta para coger la nava por el otro lado y regresar a Temiño. En una vuelta del camino aparecen tres mujeres paseantes y un perro. Como el calor aprieta se han quitado las camisas. El perro es de color blanco, pero va cubierto de lodo. Nos saludamos y ellas se dirigen a un vehículo aparcado a la sombra de un árbol. Ya no vuelvo a ver a nadie en el resto de la mañana.


Edificaciones tradicionales en Temiño
El otro arroyo que voy a cruzar hoy es el de la Nava, que también baja con poco caudal. Enseguida diviso unos pabellones metalizados agrícolas. Encima de ellos sobrevuela un milano. Tiene el pico amarillo y las alas son blancas y negras. Describe amplios círculos con un vuelo en el que alterna un aleteo elegante con largos planeos. Un poco a la derecha, surgiendo entre la vegetación, se ven un par de edificaciones ruinosas que imagino serán tenadas.

Ahora asciendo un rato. Arriba puedo contemplar el soto a mi izquierda. Los últimos dos o tres kilómetros discurren en el compañía silenciosa del último de los arroyos de hoy, el llamado del Soto. El sol del mediodía aprieta pero un viento que me viene de cara alivia un poco el caminar. Una vez en el pueblo hago la visita de rigor a la iglesia, que se levanta en un pequeño alto.