viernes, 20 de julio de 2018

Elogio de la sandía


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A veces no es acertado dejarse llevar por las primeras impresiones o, como siempre decía uno de mis profesores, nunca se fíen de una sola foto. En lo que al gusto se refiere, conviene aplicar esta propuesta. Muchas veces las cosas que no nos gustan en un primer momento nos gustan más tarde. Movido por mi natural impaciencia reconozco, porque me ha pasado más de una vez, y más de dos, que me dejo llevar por un primer juicio (que más bien es un prejuicio).

Estos días veraniegos estoy descubriendo la exquisitez de la sandía, una fruta a la que tenía relegada en mi prontuario de las frutas a favor del melón. Me gusta tanto el melón que lo comparaba con la sandía y esta siempre salía perdiendo. Craso error. No hay duda que la sandía es más modesta (su precio es inferior al del melón), su sabor no es tan dulce (aunque también es bastante dulce si la pieza está lo suficientemente madura) y tiene más pepitas o, mejor, tiene las pepitas distribuidas de una forma que resulta más incómoda para el degustador. Las pepitas del melón se pueden quitar con un solo movimiento del cuchillo mientras que las de la sandía requieren mayor minuciosidad.

Por lo demás, en cuanto a sabor y capacidad de refrescar los calores veraniegos, creo que ambas frutas son perfectamente comparables. Trato de desentrañar mi malquerencia durante tantos años por la sandía. Creo que se trata simplemente de que no la había probado de forma correcta. Es muy probable que se tratara de una sandía sin madurar, insuficientemente fría (esto es importante), con demasiadas pepitas o, simplemente, de baja calidad. En las frutas (y supongo que en tantos otros temas), el asunto de la calidad es lo más importante.

Esta tarde, después de tres días sin probar la fruta (por razones que no vienen al caso) he merendado una buena rodaja de sandía, bien madura y fría, y ha sido una delicia. ¿Cómo me he perdido yo durante tanto tiempo un placer culinario de semejante calibre? No tengo la menor duda: la culpa ha sido de mis prejuicios, de mis juicios precipitados.

La vida requiere comprensión y la comprensión, conocimiento. Un prejuicio menos es siempre una pequeña victoria.