El vigilante
El morito acaba de despertarse de la siesta tras varios ronquidos. Ha debido de sentarle bien porque está dicharachero. Parlotea en su lengua con un colega, el que escuchaba música en su móvil sin auriculares. Risas. Al cabo llega el vigilante. Les obliga a ponerse los zapatos, les recuerda que en la sala de lectura no se puede comer, ni charlar. Si, si, le responden. Yo continúo mi lectura sin inmutarme, aunque de vez en cuando le doy un vistazo a mi abrigo y mi macuto, que están en el sillón vecino. Por alguna razón que se me escapa los moritos siempre eligen la sala de poesía para hacer su tertulia. Es la más alejada y hace mucho calor. ¿Será por estas razones?
El de la siesta se va un rato (vuelve el sosiego) y regresa a los diez minutos. Tras un par de bromas ruidosas se hace el silencio. Miro de reojo y veo que se ha puesto a rezar. Primero de pie y luego genuflexo.
Cuando ya he salido al pasillo veo que el vigilante regresa. Echa un vistazo al rincón de la tertulia, entre un momento en la sala y luego vuelve a salir. He aquí a un hombre que hace bien su trabajo.
La nueva dependienta
En la calle recuerdo que debo comprar una bolsa de té para G. La última que le compré se la han sustraido del armario donde la guardaba en el trabajo. En la tienda hay una dependienta nueva. Vaya, me digo, la propietaria ha encontrado al fin alguien de su gusto. Según le escuché comentar hace unos días no encontraba una dependienta que le convenciera. Estaba pensando hasta en cerrar la tienda por la tarde porque ella estaba muy ocupada.
La nueva dependienta me saluda al entrar con una gran sonrisa y me atiende con gran amabilidad y simpatía. Le pido que me ponga el té repartido en dos bolsitas. De este modo si le vuelven a robar una siempre le quedará otra de repuesto. Creo que la propietaria ha encontrado a la dependienta que le conviene, me digo. Lo que no está por ver es si la dependienta ha encontrado también a la propietaria adecuada para ella.
*
Doy un paseo antes de coger el euskotren de vuelta. Pese al aire frío me asomo a La Concha. En uno de los bancos que da al paseo hay sentado un negro que toca la armónica. Me da la impresión de que está mendigando, o que acaba de hacerlo y se dispone a marcharse. Es un hombre corpulento y va en mangas de camisa, lo que me estremece un poco porque no hace calor alguno. Creo que es la primera vez que veo a un negro mendigando en esta latitud, pero ahora recuerdo que hace ya tiempo vi a otro.
*
Un diarista
En el tren voy embebido en el diario del escritor José Luis García Martín, que acabo de descubrir gracias a su blog Café Arcadia. Lo publica semanalmente en un periódico asturiano. El volumen que manejo se titula Sin trampa ni cartón y corresponde a los años 2016 y 2017. Lo que voy conociendo me gusta. De entrada me gusta el estilo de su prosa: directo al grano, sin adornos, sin palabras pedantescas. Creo que lo voy a disfrutar, pero ya se irá viendo. El prólogo de Juan Bonilla, titulado El show de JLGM, pese a mi costumbre de saltarme los prólogos, también me ha gustado. Desconozco la obra literaria de Bonilla, pero los artículos suyos que he leído en la prensa siempre me han parecido interesantes y bien trabajados. Parece que García Martín ya ha publicado unos cuantos volúmenes de sus diarios. Todo esto me recuerda a Los cuadernos de la Romana, de Gonzalo Torrente Ballester, que leía de adolescente en el periódico Informaciones. Me había propuesto buscarlos en la biblioteca, como ejercicio de nostalgia más que otra cosa, pero hoy se me ha olvidado.
Foto: La catedral del Buen Pastor ofrece este aspecto durante los trabajos de mantenimiento. Me recuerda a los envoltorios de edificios que practica el artista/instalador Christo.
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Cuando ya he salido al pasillo veo que el vigilante regresa. Echa un vistazo al rincón de la tertulia, entre un momento en la sala y luego vuelve a salir. He aquí a un hombre que hace bien su trabajo.
La nueva dependienta
En la calle recuerdo que debo comprar una bolsa de té para G. La última que le compré se la han sustraido del armario donde la guardaba en el trabajo. En la tienda hay una dependienta nueva. Vaya, me digo, la propietaria ha encontrado al fin alguien de su gusto. Según le escuché comentar hace unos días no encontraba una dependienta que le convenciera. Estaba pensando hasta en cerrar la tienda por la tarde porque ella estaba muy ocupada.
La nueva dependienta me saluda al entrar con una gran sonrisa y me atiende con gran amabilidad y simpatía. Le pido que me ponga el té repartido en dos bolsitas. De este modo si le vuelven a robar una siempre le quedará otra de repuesto. Creo que la propietaria ha encontrado a la dependienta que le conviene, me digo. Lo que no está por ver es si la dependienta ha encontrado también a la propietaria adecuada para ella.
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Doy un paseo antes de coger el euskotren de vuelta. Pese al aire frío me asomo a La Concha. En uno de los bancos que da al paseo hay sentado un negro que toca la armónica. Me da la impresión de que está mendigando, o que acaba de hacerlo y se dispone a marcharse. Es un hombre corpulento y va en mangas de camisa, lo que me estremece un poco porque no hace calor alguno. Creo que es la primera vez que veo a un negro mendigando en esta latitud, pero ahora recuerdo que hace ya tiempo vi a otro.
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Un diarista
En el tren voy embebido en el diario del escritor José Luis García Martín, que acabo de descubrir gracias a su blog Café Arcadia. Lo publica semanalmente en un periódico asturiano. El volumen que manejo se titula Sin trampa ni cartón y corresponde a los años 2016 y 2017. Lo que voy conociendo me gusta. De entrada me gusta el estilo de su prosa: directo al grano, sin adornos, sin palabras pedantescas. Creo que lo voy a disfrutar, pero ya se irá viendo. El prólogo de Juan Bonilla, titulado El show de JLGM, pese a mi costumbre de saltarme los prólogos, también me ha gustado. Desconozco la obra literaria de Bonilla, pero los artículos suyos que he leído en la prensa siempre me han parecido interesantes y bien trabajados. Parece que García Martín ya ha publicado unos cuantos volúmenes de sus diarios. Todo esto me recuerda a Los cuadernos de la Romana, de Gonzalo Torrente Ballester, que leía de adolescente en el periódico Informaciones. Me había propuesto buscarlos en la biblioteca, como ejercicio de nostalgia más que otra cosa, pero hoy se me ha olvidado.
Foto: La catedral del Buen Pastor ofrece este aspecto durante los trabajos de mantenimiento. Me recuerda a los envoltorios de edificios que practica el artista/instalador Christo.
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