Nôtre Dame, de Albert Marquet
La última vez que estuve en París, hace media docena de años, me propuse visitar la catedral de Nôtre Dame. Llegué hasta la puerta y me volví, horrorizado por la masa de turistas que encontré. En su lugar, me senté en una plataforma un poco elevada frente a las dos torres y me dediqué a observar el espectáculo.
Cientos de turistas entraban por una de las puertas, previo pago, naturalmente, y salían otros tantos por otra puerta. Lo que ocurriera en medio es algo que podía imaginarme sin gran esfuerzo.
Soy incapaz de apreciar nada a empujones y rodeado de ansiosos del móvil. Mientras tomaba el sol en el exterior me preguntaba si alguna vez tendría la oportunidad de ver el interior de este templo con alguna tranquilidad. Desde ayer sé que va a ser casi imposible.
Me gustaría ver una centésima parte de la sensibilidad desbordada ayer y hoy, a cuenta del incendio parisino, en relación a las decenas y decenas de ermitas e iglesias medievales en ruinas existentes en nuestro país.
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"Cientos de turistas entraban por una de las puertas, previo pago, naturalmente...".
ResponderEliminarPues no, la entrada a Notre-Dame siempre fue gratuita. Y te lo dice alguien que ha entrado muchas veces en ella, sobre todo los domingos para asistir a los conciertos de órgano.
(Acabo de descubrir tu blog. Muy interesante...).
Seguro que es así. La verdad es que no llegué a la puerta, disuadido por la multitud. Pero, después de veinte años viviendo en Francia, me cuesta creer que haya algo gratuito.
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