miércoles, 24 de julio de 2019

Aproximación al parque natural del Gorbea


      Camino de Burgos me desvío hacia la pequeña localidad de Sarria, donde está ubicado el centro de acogida alavés del parque natural del Gorbea. La carreterita que conduce hasta el acceso al parque, estrecha y sombreada por la vegetación, está llena de encanto.
      Hay una zona de aparcamiento, salpicada de césped, arbolado y zonas de juegos para niños. Todo muy cuidado. En el centro de acogida me facilitan información para esta mi primera visita al parque. Estamos en la ladera sur del legendario monte Gorbea que marca la línea divisoria entre Alava y Vizcaya. Me decido por una ruta que conduce hasta la cima, pero voy a quedarme a considerable distancia de ella.    
 
      Hace un día soleado y, a media mañana, ya aprieta el calor. Voy a seguir una pista que discurre paralela al trazado del río Baia, que nace en el Gorbea y que me acompañará durante todo el paseo.
     

La primera parte de la ruta es la más sombreada, gracias a la abundancia de arbolado, hayas y robles principalmente. En todo momento se escucha el murmullo del río y se siente la brisa que despiden sus aguas. Llaman la atención, aquí y allá, las viejas hayas de troncos gruesos y retorcidos que expanden sus copas como sombrillas gigantes.
      Como el día ha empezado temprano, en cuanto camino la primera hora ya estoy hambriento. Me acerco hasta un pequeño descampado que hay junto al río y me acomodo bajo una de las hayas; tiene el tronco lleno de oquedades; seguro que en ellas hay más de una madriguera. Doy cuenta de un bocadillo de tortilla de champis y jamón que he comprado en la venta de Legorreta (muy recomendable por sus pinchos, léase bocadillos). Con eso y algo de fruta, me dan ganas de quedarme un buen rato en posición de descanso. Y como nadie me reclama ni tengo obligación alguna, allí me quedo un buen rato.

      Sólo de vez en cuando se escuchan algunos trinos sobre el susurro del agua que se mueve a unos pocos metros. Parece como si uno estuviera solo, pero enseguida veo junto a mis pies, entre la hojarasca, un buen número de seres diminutos: hormigas, escarabajos, arañas, abejas y otros que no identifico. También hay unas florecillas azules muy pequeñas, pero de una perfección y complejidad notables.   
      Con gran esfuerzo, porque el calor aprieta, reanudo la marcha, pero antes me embadurno otra vez de crema protectora para el sol. El espacio alrededor de la pista se va aclarando, lo que implica que la sombra empieza a escasear. Afortunadamente todo el camino es llano y las pendientes suaves. De vez en cuando pasan algunos ciclistas, y hasta un par de camiones cargados de troncos troceados.
      La principal distracción consiste en detenerse de vez en cuando a contemplar el río, que unas veces se estrecha y otras se ensancha; en unas ocasiones se remansa y en otras se precipita, produciendo una espuma blanca y sonora. En algunas charquitas laterales veo multitud de cabezones, que me recuerdan a los que contemplaba en los veranos de la infancia. Uno nunca sabe hasta dónde le van a llevar los recuerdos reclamados por las circunstancias más extrañas.

      El ruido lejano aún me va a conducir hasta un punto en el que una grúa está cargando en mitad del camino con troncos cortados que se apilan en los alrededores. Toca desviarse un poco y apretar el paso para alejarse del estrépito. Un rebaño de vacas, que rumian en un pequeño prado, contemplan indiferentes mi paso.
      Más adelante aparece el trampal, que ha sido acondicionado con una pasarela de madera y una barandilla protectora. El trampal es un humedal o zona pantanosa que alberga una fauna y una flora propias.
      Antes de llegar a un albergue dejo a mano izquierda y un poco elevadas unas colmenas. En los alrededores del albergue hay un grupo de jóvenes acampados. Es un lugar donde abundan los narcisos. Un cartel se encarga de solicitar que no sean arrancados. Llego hasta la siguiente curva, veo unos grandes hayas y me detengo a descansar en la sombra. Hace demasiado calor para seguir caminando. Luego vuelvo sobre mis pasos.
     
 
De paso otra vez por el trampal me detengo junto a unas charca para contemplar a las libélulas. Hay media docena, de diferentes colores y vuelan a una velocidad vertiginosa pero siempre alrededor del agua.
      Junto al centro de visitantes hay unos baños que, a esta primera hora de la tarde, están muy concurridos por los niños que juegan en el exterior. Hay un montón de grifos. Qué buena oportunidad para refrescarse antes de volver a la carretera.

Parque natural del Gorbea

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