viernes, 15 de noviembre de 2019

Crónicas livianas: el mar invernal




Cuando salgo de la biblioteca para dar un paseo, ha salido el sol. Hay que abrigarse porque también ha llegado el frío. En la acera, junto a un grupo de palomas, veo una gaviota de las grandes. Qué raro. No suelen llegar tan adentro en la ciudad. Luego aparece una segunda. Palomas y gaviotas revolotean. Observo la escena y enseguida descubro el motivo del alboroto: un gran trozo de pizza tirado en la acera. 

Persiguiendo el sol llego hasta la barandilla de La Concha. En la arena, muy lisa, hay grandes inscripciones en mayúsculas. En las inscripciones se hace un llamamiento a la lucha de los pensionistas. Se les convoca para el 16, pasado mañana. Piden 1080 euros de pensión mínima. También hay una pareja que celebra sus bodas de oro y lo ha dejado escrito sobre la arena: “Alicia y Juan, 50 años”. Ambos posan cogidos de la mano mientras una mujer les fotografía (y yo también). Pese al frío, también veo bañistas, alrededor de una docena. Todas son mujeres. Se las ve a gusto, braceando de un lado a otro, con sus gorros de baño. 


Sigo hasta el puerto. Hacía tiempo que no venía por aquí. Pero antes, en los jardines de Alderdi-Eder, he compartido unas nueces con los gorriones. Pobrecillos, tan abundantes y tan simpáticos. Otro día les traeré pan, ahora que ya sé dónde encontrarlos. En las calles más sombrías de la Parte Vieja me entretengo con algunos escaparates. Me encantan las tiendas de souvenirs. Debo tener alma de turista. En la plaza de la Constitución, donde llega un poco de sol, andan instalando las terrazas. Esperan, según parece, que no llueva en unas horas.

Aún me entretengo un rato en la iglesia de San Vicente y su hermoso gótico, antes de asomarme al Paseo Nuevo para ver el mar embravecido, un clásico de la ciudad en temporada invernal. En efecto, el mar está muy alterado, aunque aún debe quedar un buen rato para la pleamar. El agua golpea contra las grandes piedras cúbicas que protegen la costa y salta por encima de ellas con un sonido bronco. También se cubre de espuma blanca la escollera del Kursaal, pero a la altura del puente, como por milagro, entra amansada a la ciudad. Un grupo de pequeñas gaviotas sobrevuelan a ras de agua por encima de la marejada, como si no les importara nada la fiereza del mar.