viernes, 20 de diciembre de 2019

Después del temporal







Después de varios días de temporal, se abren algunos resquicios en el cielo. Aprovecho para dar un paseo con el perrillo. En el puerto deportivo el agua está llena de restos vegetales --y otros menos naturales-- que son acarreados por el río y que han recalado en estas antiguas playas.

No llega a salir el sol, pero hay una luz discretamente tamizada y la temperatura, sin llegar a cálida, es agradable. Por todas partes hay grandes charcos, a cuyos espejos me asomo durante el paseo.

Sigo por el espigón del puerto deportivo, desde donde contemplo la silueta del casco histórico de Fuenterrabía y, a la izquierda, la silueta de las Peñas de Aya. Dicen los puristas que, en todo caso, a esta montaña se le debe llamar Peña de Aya, pero yo siempre he escuchado el nombre en plural y así lo dejo. El hecho de que el batolito tenga tres cimas me induce a creer que el plural está bien utilizado.


A la vuelta continúo por el otro espigón, el que se adentra en mar abierto por el borde de la playa, pero enseguida advierto que la marea ha alcanzado mucha altura. Visto la envergadura del oleaje durante los días precedentes, opto por darme la vuelta y dejarlo para otro día.

Regreso por la zona acotada de las dunas, donde hace dos o tres semanas vi a un grupo de aficionados a los pájaros que se esforzaban pacientemente en hacer fotografías de las aves que por aquí viven ocultas. Ahora, con el final del otoño, parece como si la vegetación se hubiese encogido.


Como de costumbre cuando paseo por esta zona, me acerco hasta el armario de intercambio de libros. Me llevo una edición francesa de Esperando a Godot, de Samuel Beckett. No suelo leer obras de teatro pero al menos ojearé el libro antes de devolverlo. Tenía ganas de estirar un poco las piernas al aire libre.








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