Un cormorán de tamaño mediano pescaba ayer por la mañana en las aguas del puerto. Cuando lo he detectado tenía un pequeño pez agonizando en su pico. Con destreza lo ha enderezado y en una fracción de segundo lo ha dejado deslizarse por su esbelto cuello. Visto y no visto. Unos instantes más tarde ha vuelto a sumergirse para continuar su pesca.
Ha buceado durante dos o tres minutos, ha emergido un segundo para tomar aire y ha vuelto a sumergirse. Una pequeña gaviota ha revoloteado sobre su cabeza por si el cormorán había capturado otro pez y podía robárselo. Pocas bromas con la madre naturaleza.
Luego, mientras seguía mi paseo, he recordado que los chinos utilizan a los cormoranes para pescar. Les ponen a las aves una cuerda en la garganta para que no puedan tragarse los peces. Cuando capturan uno le sacan el pez de la boca. Al final de la jornada el ave recibirá su parte de las capturas. El método es bastante cruel, aunque quizá no tanto como la madre naturaleza.