viernes, 13 de mayo de 2022

¿Indiferencia o fatalismo?


Siempre soy el último en detectar cuando se me ama o se me odia. Tengo una particular incapacidad para percibir los sentimientos de los otros hacia mí. Siempre me sorprenden, en un caso y en otro. Supongo que la razón de ello está en mi tendencia a la introversión y al ensimismamiento. Es cierto que puedo ser incapaz de sentir gran aprecio respecto a la mayoría de la gente. ¿Indica ello que predomina en mí la indiferencia? Es posible, en cierto sentido al menos. También puede ocurrir que yo sea, en el fondo, un fatalista.
    Siempre me sorprende que gente a la que aprecio, me trate con frialdad y que nunca haga nada por aproximarse, que sea yo siempre el que deba tomar la iniciativa. Primero, me sorprende; luego, lo entiendo (el resentimiento está muy extendido) y, finalmente, lo desdeño y me digo: Bah, y eso qué importa. Pero siempre termino reincidiendo en mi acercamiento, en la oportunidad que les brindo para arrojarme un jarro de agua fría sobre la cabeza.

Lo de Facebook. Rechazo a mucha gente que me pide amistad en Facebook porque miro sus muros y no hay nada, salvo algunas fotos de ellos mismos o un montón de felicitaciones de cumpleaños. No quiero amistades para hacer bulto, quiero gente que aporte algo más que su foto, aunque no me entusiasme lo que hagan.
    Lo curioso es que cuanto más gente rechazo más gente me pide amistad. Llevo unos días que no paro de recibir solicitudes. Cada vez entiendo menos esto del FB pero, la verdad, tampoco es que me importe demasiado.

Lo de Juan Carlos I. La Fiscalía Anticorrupción (cuya credibilidad es relativa pues creo que depende de la fiscal general que antes fue ministra socialista) calcula que, entre 2008 y 2012, el rey Juan Carlos defraudó a Hacienda entre 30 y 56 millones de euros. Pero no pasa nada porque hasta 2014, fecha de su abdicación, el monarca era inviolable.
    Y esto es sólo una parte. En 2008 recibió 100 millones de dólares de Arabia Saudí en concepto de regalo/mordida. No hay duda del importante papel que desempeñó el rey Juan Carlos en la transición de la dictadura a la democracia, Pero semejante nivel de corrupción es inadmisible por mucha inviolabilidad que disfrute.

Un perro suelto. A la vuelta de la déchetterie (el lugar donde se depositan aquí los escombros y residuos como paso previo a su reciclaje) un perro suelto, que jugaba con otro que iba atado, se ha echado encima de mi vehículo y casi lo atropello. Afortunadamente le he visto de lejos cómo saltaba alocado y me ha dado tiempo a casi parar el coche, pero se ha llevado un buen golpe y ha salido corriendo asustado. He parado y ha salido su joven dueño que se ha disculpado. Parece que el perro ha salido indemne pero mi coche tiene otra abolladura para la colección. El perro, joven, era uno de esos cazadores ingleses de zorros con la punta de la cola blanca y las orejas grandes. Menudo susto me ha dado.

Azorín. Yo siempre tengo a Azorín a mano y lo uso de la misma forma que él componía, leyendo artículos, capítulos, fragmentos. Suele decirse que Azorín fue un renovador del idioma. Creo que es un tópico. Azorín fue más bien un conservador del idioma. La cantidad de palabras que este hombre repescó de la tradición literaria y popular es asombrosa. Donde sí fue un renovador, un revolucionario, fue en la sintaxis. Abrió la prosa española a la concisión, la brevedad, la alusión, y la despojó de su consuetudinaria retórica. Baroja también lo hizo. Ambos son dos grandes estilistas, aunque mucha crítica no lo reconoce porque para ella el estilo es esa cosa grandilocuente, amanerada y, sobre todo, prolija. 


Un beat. Dice Gary Snyder, poeta y ensayista de la generación beat y que ya es un nonagenario: “La situación es demasiado grave para enfadarse. Hace falta mucho sentido del humor. La furia te obstaculiza pensar en medio de los problemas. Un hombre enfadado no pesca peces. Indignarse no soluciona nada.” Gary Snyder fue uno de los amigos de Jack Kerouak y es uno de los protagonistas de Los vagabundos del dharma, mi novela favorita de Kerouak. Se crió en la costa Oeste, en medio de la naturaleza, y siempre fue un ferviente ecologista. Aún joven viajó a Japón con una beca y allí permaneció muchos años perfeccionándose en el budismo zen y escribiendo poemas y ensayos. “Traten de romper la distancia entre lo secular y lo sagrado.”, ha recomendado en una reciente entrevista. “Los seres humanos no tienen que considerarse superiores a los animales. Ignoramos cuánto saben exactamente los animales.” (En la foto Gary Snyder, a la izquierda, junto a Jim Harrison, en una reciente visita a España).

Confusión. En la consulta del fisio tengo a mi lado una mamá joven con un precioso bebé de ojos azules en sus brazos. El bebé hace pucheritos pero no se decide a llorar. Es tan bonito que lo he confundido con una niña. Está nervioso y yo creía que era debido a la consulta y que iban a tratarle a él, pero la madre me dice que la paciente es ella, lo que me tranquiliza, porque ahora se ha puesto de moda llevar a los bebés a los fisios para tratarles algunos problemas respiratorios y las criaturas lo pasan fatal y lloran muchísimo y es un sufrimiento el escucharles. Entonces la madre me dice que es un niño y no una niña. Me cuenta también que tiene otra hija, un poco mayor y que todo el mundo la confunde con un niño. La niña, como niño; el niño, como niña.

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