He vuelto a ver los álamos dorados,/ álamos del camino en la ribera/ del Duero, entre San Polo y San Saturio… Antonio Machado, Campos de Castilla
Mañana soleada de domingo. Vengo a la capital desde las solitarias Tierras Altas de Soria. Me olvido del coche en el parkin y me pongo a caminar. Quiero dar un paseo entre San Polo y San Saturio, a la manera de Antonio Machado. Hay muchos paseantes, algunos turistas. En unos pocos metros aparece el arco del antiguo monasterio de San Polo, monasterio románico templario, del siglo XIII. Monasterio que inspiró también alguna leyenda de Becquer.
Paseo sin prisa, dejo que el resto de los paseantes me adelanten. Prefiero no escuchar sus voces. El Duero discurre a mi derecha. Dejo atrás un puente de hierro, que pertenecía al antiguo ferrocarril. Ahí siguen los álamos del poema, flanqueando el camino, que es ancho y con el firme acondicionado para los modernos urbanitas. Tienen los álamos grabados “iniciales que son nombres de enamorados, cifras que son fechas.” Ahí siguen. El río se mueve tranquilo, calmado, ajeno al bullicio dominguero.
En un kilómetro aparece una escalinata que conduce hasta la entrada de la ermita de San Saturio, que se levanta sobre un risco y se asoma al Duero. Hay varias cuevas en su interior, cuevas que acogían a los anacoretas de antaño, entre ellos al visigodo San Saturio, patrón de la ciudad y santo milagrero.
El interior de la ermita sigue un recorrido ascendente que culmina en una iglesia octogonal cuya techumbre alberga unos frescos barrocos que recogen la vida y milagros del santo. Hay también una reproducción de la habitación del santero y otros detalles curiosos. Una vez en el exterior unas escaleras nos devuelven a la entrada.
Para acceder a la otra orilla se utiliza un puente sobre el río. En el puente –bastante concurrido por el público, que aprovecha para hacerse fotos con la ermita al fondo–, hay candados de enamorados incrustados en sus barandas. La otra orilla, que atraviesa un parque, está también muy acondicionado para el paseo y el ocio, pero uno, si quiere andar más tranquilo, puede escurrirse por una sendita que discurre muy próxima al cauce.
Durante todo el paseo uno tiene presente al poeta. Para eso ha venido hasta aquí. Antonio Machado llega a Soria en octubre de 1907, con 32 años cumplidos, tras aprobar las oposiciones en abril. Toma posesión de su plaza como profesor de francés en el instituto de Soria. Ya era entonces un poeta reconocido en los círculos literarios.
En la pensión en la que se aloja conoce a Leonor. La boda se fijó para cuando Leonor cumpliera los 15 años, el 30 de Julio de 1909. Antonio y Leonor se casaron –no sin escándalo por la diferencia de edad– en la iglesia de Santa María La Mayor, un antiguo templo románico. Esta iglesia albergó no solo la boda entre Antonio y Leonor sino también, tres años después, el funeral de la ella.
El poeta obtuvo una beca y la pareja se traslada a París en enero de 1911. Antonio enseña París a su esposa, y disfruta de una felicidad que no duraría mucho tiempo. En julio, a Leonor le diagnosticaron tuberculosis, lo que precipitó la vuelta de la pareja a Soria en busca de aire puro. Leonor no mejoró y falleció el 1 de Agosto.
Los funerales se celebraron al día siguiente en la iglesia citada. Su cuerpo fue enterrado en el cementerio junto a la iglesia del Espino, en cuyo atrio un olmo rememora al olmo seco cantado por Machado. El poeta fue incapaz de pisar aquel suelo tras el entierro de su amada.
Por la sombra de la orilla derecha continúo mi paseo hasta San Juan de Duero, al otro lado de la carretera. El monasterio, hoy desaparecido, perteneció a la Orden de los Hospitalarios, que tuvieron su origen en Jerusalén. Soria, una ciudad bien custodiada en su momento, por dos órdenes militares, la del Temple y los Hospitalarios. Pero San Juan de Duero merece otro capítulo.