Este último domingo de junio, al mediodía, hace calor a la orilla del Duero. Vengo desde San Saturio y me dispongo a visitar estas venerables ruinas.
En Soria hubo durante la Edad Media hasta cinco órdenes militares. Cuando a comienzos del siglo XII el rey Alfonso I El Batallador conquistó Soria a los musulmanes y, posteriormente, la repobló, favoreció la implantación de las órdenes en la ciudad.
Una de ellas fue la Orden de los Caballeros Hospitalarios de San Juan, que había sido fundada en Palestina en el siglo XI para proteger a los peregrinos y combatir en las Cruzadas. Los caballeros ostentaban el título de “frey”. Hoy se denomina Orden de Malta.
Los restos de aquel monasterio, que fue abandonado en el siglo XVIII, constituyen una de las edificaciones románicas más importantes de España pese a que apenas se conserva la iglesia y el claustro destechado.
Empiezo por el claustro, que constituye un excelente muestrario de las diferencias arquitectónicas que se enmarcan en el románico. Es cuadrangular y cada una de las arquerías de sus cuatro pandas es diferente a las otras. Pueden apreciarse influencias bizantinas y árabes, además de las propiamente románicas. En ningún otro lugar de Occidente se puede apreciar semejante variedad, tanto en los arcos como en los fustes de las columnas y en los capiteles. También cada una de las puertas de acceso es diferente a las otras.
El sol se muestra implacable a esta hora. El claustro perdió en un incendio su techumbre de madera. En el interior de la iglesia se agradece el frescor de la penumbra.
Es un templo sencillo, de una sola nave. El ábside está cubierto por una impresionante bóveda de horno. El presbiterio se sostiene con una bóveda de cañón apuntado. La peculiaridad de esta iglesia son los dos templetes situados en los laterales. Cada uno de ellos contiene un altar.
La finalidad de estos templetes era la de cubrir con una gran tela, de lado a lado de la nave, el espacio del altar mayor durante la Consagración de la Misa. Esta práctica parece tener un origen griego, pero también era propia del rito mozárabe. Ambos fueron prohibidos, en su momento, con gran polémica, por la autoridad papal.
Un video que se proyecta en el fondo nos pone al día, en pocos minutos y de forma amena, en el contexto histórico y religioso.
Aún me espera otra caminata hasta el centro de la ciudad para buscar un lugar donde comer. Lo encuentro en la plaza principal, pero antes debo superar una pendiente suave pero larga. Y aún antes atravieso el encantador puente de piedra, de doce metros de largo y ocho arcos de medio punto. En su momento dispuso de dos torres y en él se cobraban los derechos de portazgo.
A mitad de camino aparecen los restos de la iglesia románica de San Nicolás que llaman la atención sobre todo por el acabado de los trabajos de consolidación.
No sólo Antonio Machado cantó a Soria. También lo hizo Gerardo Diego. Así comienza su Romance del Duero.
Río Duero, río Duero,/nadie a acompañarte baja,/nadie se detiene a oír/ tu eterna estrofa de agua./ Indiferente o cobarde/ la ciudad vuelve la espalda./ No quiere ver en tu espejo/ su muralla desdentada./ Tú, viejo Duero, sonríes/ entre tus barbas de plata,/ moliendo con tus romances/ las cosechas mal logradas./ Y entre los santos de piedra/ y los álamos de magia/ pasas llevando en tus ondas/ palabras de amor, palabras./Quién pudiera como tú,/ a la vez quieto y en marcha/ cantar siempre el mismo verso/ pero con distinta agua…