Vivo estos días rodeado de grandes bolsas llenas de libros. Son los libros de los que voy a deshacerme. Me falta espacio en la biblioteca y necesito poner un poco de orden. Creo que no soy un maniático del orden pero no soporto el caos y necesito un poco de espacio y de desahogo. Necesito saber, más o menos, donde tengo mis libros. Para ello los ordeno por orígenes lingüísticos, aunque no por géneros. Es decir, mantengo las secciones de: españoles, franceses, anglosajones, rusos, alemanes, japoneses, italianos… Además de ello, le dedico un espacio a la poesía, a los aforismos, a la filosofía oriental y mística, a los libros de arte y a los de viaje. Estas son, a grandes rasgos, las secciones que contiene mi biblioteca.
Lo que no soporto es tirar los libros al contenedor y hago todo lo posible por evitarlo. Sin embargo, los libros viejos, aunque estén en buen estado, casi no los quiere nadie. Están completamente devaluados, aunque luego visitas una feria del libro antiguo y de ocasión y los precios son elevados. En mi última excursión a París me escandalizaron los precios de los buquinistas que se instalan en las orillas del Sena. Había cosas muy buenas, todas envueltas en esos plásticos odiosos que impiden el hojeo, pero muy caras. Aquí no llegan a tanto pero tampoco le andan lejos.
He vendido –a un precio irrisorio–, varios cientos de ejemplares a una librería de ocasión pero, ante mi sorpresa, han rechazado adquirir, al mismo precio, es decir, a la voluntad, otros tantos volúmenes. Están saturados y sólo se han llevado los que consideran que pueden venderse mejor. Es muy comprensible aunque no deja de resultar triste que el mercado esté tan apagado.
Ahora he contactado con una asociación de vecinos de Irún que tiene una biblioteca y los han aceptado. Les he propuesto hacer yo mismo una selección porque quizá algunas obras no sean las más indicadas para una biblioteca de barrio, pero me dicen que no me preocupe, que los ejemplares que no se vayan a quedar los envían a una ONG que se dedica a recolectarlos.
El caso es que, debido a mi convalecencia –que me impide desplazarme, en este momento– no puedo llevarles los libros, ni siquiera con ayuda. De esta forma apenas puedo desplazarme por mi habitación, por la acumulación de bolsas. De vez en cuando miro el contenido de las mismas y estoy tentado de devolver los libros a las estanterías. En fin, paciencia.
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