Todos los numerosos amigos de la élite literaria española han salido en tromba a loar las excelencias artísticas del recientemente fallecido Javier Marías, pero todavía hay gente –más papistas que el papa cuando les tocan a sus idolillos– a quienes les ofende que uno o dos marginales se hayan permitido insinuar que tal vez Marías no era tan excelso como reiteran machaconamente los que tienen mando en plaza en esto de la literatura.
Es asombroso. Se han dicho cosas sobre el finado tan elogiosas y exageradas que abochornan, toneladas de ditirambos sin el mínimo pudor ni sentido crítico. Pues bien, no es suficiente, algunos quieren más. Quieren tapar las bocas, cancelar, a los que se han permitido –qué desfachatez– alguna crítica negativa a su obra. Es la canonización de Marías y el que no se sume al coro es declarado hereje. La Inquisición de siempre con caras nuevas.