“¡Ha ganado Messi, por fin!” “La mejor final de la historia del Mundial!”... Voceaban ayer las radios, los titulares, las pantallas. Vaya, me dije, pensar que yo apagué la televisión en el minuto 75 porque me aburrí de ver cómo en el campo sólo había un equipo, el de Argentina. Francia era una especie de sparring noqueado. Y me acordaba del gran Benzema, cancelado por el entrenador Didi Deschamps.
Estuve leyendo un rato y, cuando miré el móvil, en el minuto 93, iban empatados a dos. Volví a conectar el aparato y vi la prórroga. No sé si eso era buen fútbol pero, al menos, era emocionante. Francia podía haber ganado el partido, Argentina también. No faltaron ocasiones.
Los penaltis no los vi. Casi nunca lo hago. Al final hicieron justicia: Argentina mereció ganar. Argentina, no Messi. La rabia y el coraje siempre, o casi siempre, terminan ganando.
Por la mañana veo en el periódico la foto del presidente Macron, metido en el césped, consolando a Mbappé. Es astuto el presidente francés. El ha volado en el avión presidencial para salir en la foto, gane o pierda su equipo. Y lo ha conseguido.
Benzema, por su parte, se ha despedido de la selección. Hace bien. Donde no te quieren es mejor no estar. Ellos sabrán.