Benedicto XVI, además de alemán, fue un intelectual. Al público no le caía demasiado bien. Lo veían un poco estirado, frío y con zapatos rojos. Esos zapatos rojos, como era de esperar, han sido leídos como un signo de elitismo e, incluso, de dandismo. Al final el hombre, ya muy anciano, se vió sin fuerzas para seguir y dimitió. La sabia y pragmática Iglesia, a la vista de la situación, optó por un Papa populista, y eligió al presente Papa Francisco. Al Papa Francisco le acusan de simpatía tanto hacia el comunismo como hacia el peronismo. Casi nada. Sin embargo, a la gente, al pueblo, el hombre no le cae mal. Es bastante simpático, pese a su ramalazo colérico (inolvidable el manotazo que le propinó en público a una feligresa que se empeñó en cogerle la mano) y, sobre todo, dice ese tipo de cosas sobre la justicia y la paz que tanto le gustan al público. Como el hombre también está bastante mayor y no debe andar bien de salud, lo mismo dimite a su vez. De darse este caso, y si se cumple la ley de la alternancia, ahora tocaría de nuevo un Papa intelectual. Pero yo no lo veo, porque con un intelectual al mando te puedes esperar cualquier cosa. Los populistas son mucho más previsibles y, en todo caso, tan sólo tiene que mimetizarse con el paisaje. Sin embargo, quién sabe: los caminos de la Iglesia son inescrutables.