jueves, 17 de agosto de 2023

Godland, paisaje y nacionalismos

 



No me compensa sufrir tres cuartos de hora de tren, abarrotado de turistas franceses –y otros tantos de vuelta– para ver una película en formato casi cuadrado (4:3). Para eso utilizo alguna plataforma y la veo en la pantalla de mi ordenador. Dicho esto, que es un asunto nada baladí, debo añadir que Godland –pese a sus 140 minutos de metraje–, es una obra magnífica. Magnífica pero nada fácil de digerir.

Tiene dos partes bien diferenciadas. La primera es como un western en el que el paisaje se lleva la mayor parte del protagonismo. Y es aquí donde el formato cuadrado me tiene revuelto durante más de una hora. Qué desperdicio. No veo ninguna razón que justifique este capricho.

Se desarrolla en Islandia, una isla volcánica de paisaje entre inhóspito y alucinógeno, donde por efecto del viento y del mar, apenas hay árboles. Aunque hasta ahora no se lo he leído a nadie, esta es una película que trata sobre el nacionalismo, sobre el combate –violento– entre dos nacionalismos, encarnados en dos personajes. El protagonista es un cura evangélico danés –y fotógrafo más que aficionado– que realiza un duro viaje a través de Islandia con el objetivo de hacerse cargo de una pequeña iglesia en construcción en la costa islandesa.

En esta época, a principios del siglo XX o finales del XIX, Islandia es una colonia danesa. El antagonista es un islandés que dirige con sabia mano de hierro la expedición y que también se ocupa de construir la iglesia. Estos dos son más bien unos fanáticos que encarnan dos lenguas enfrentadas. El cura es incapaz de aprender islandés y el isleño se niega a hablar el danés, pese a conocerlo. Lo de la Torre de Babel fue un gran hallazgo.

La pequeña comunidad en la que se desarrolla la segunda parte también es protagonista. Junto a la iglesia vive un padre con sus dos hijas. Ellos se ocupan de albergar al cura en cuestión. Son de origen danés pero parecen haberse adaptado bien a la isla. Constituyen el tercer elemento de este ensayo visual sobre los nacionalismos.

Una película visualmente muy hermosa –con la salvedad citada–, más bien lenta y con algunos saltos en el argumento un poco extraños aunque magníficos (la erupción del volcán es un momento extraordinario). Una obra muy de cine-club, que se presta a mucho debate e intercambio de puntos de vista, lo que, precisamente, no he visto en la crítica española.