lunes, 25 de marzo de 2024

Tàpies



Antoni Tàpies cumple todos los requisitos para resultarme antipático: es abstracto y era nacionalista. Sin embargo, contra todo pronóstico, me admira y me pasma.

Verifico en esta magnífica antológica que nos regala el Mueso Reina Sofía (al menos a los mayores y a los parados) dos cualidades que antepongo a casi todo: humor y espesor material. El humor de Tàpies es un poco a lo Buster Keaton: muy serio, un humor que parece adustez. Lo encuentro adorable. Se pasa la deseable laboriosidad –¡para eso cobraba un pastón!-- por el arco del triunfo.

–¿Cómo podía cobrar semejantes millonadas por algo que haría un niño en un descuido?, se pregunta el despistado contemplador.

–Aprovechando la coyuntura, señor mío. Fluyendo. Estando en el lugar y en el momento oportuno, como todos los triunfadores. Preferiblemente, sobre todo al principio, en el extranjero, naturalmente.

Esto no va de calvinismo, sino más bien de orientalismo.

Y luego está lo que no sale en las fotografías, lo que hay que ver in situ: la materia, el grosor, el relieve, la densidad, el brochazo, el empaste chorreante. El grumo, la astilla, la arpillera, el alambre, el cartón, el detritus. Todo aquello que desdeñamos, que ignoramos, que nos parece insignificante en medio del relumbrón de la vida marketinizada, cursi y, por descontado, ilusoria. Todo aquello que constituye la materia de la que está hecha la vida: la carne, la carne o materia que sustenta el espíritu, o que no sustenta nada, pero cuya existencia, mal que nos pese, nos conforma.

El espíritu, quizá, sólo es una especulación.