Robert Walser, el escritor suizo en lengua alemana, me recuerda a un monje zen: pobre, vagabundo y desapegado. Pero dotado de una sensibilidad y una capacidad artísticas descomunales.
Tanto dá un chino como un poeta japonés de haikús.
Robert Walser, el gran ironista, el escritor que elevó la ironía a la más elevada categoría artística, no tuvo demasiada suerte, ni en vida, ni tras su muerte.
Fue bastante longevo, 78 años, pero pasó los últimos venticinco recluído en un centro psiquiátrico. Tenía problemas con el alcohol e intentó suicidarse en varias ocasiones.
Creó y publicó, con relativo éxito, la parte más importante de su obra durante el primer cuarto del siglo pasado. “El bandido”, en 1925, fue su última obra publicada.
Al parecer, continuó escribiendo durante un par de años más, pero nunca publicó este trabajo.
Tanto la vida como la obra de Walser son una contradicción en estado puro. El gran amante de la libertad hizo de la servidumbre el asunto principal de su literatura. El caminador compulsivo que fue terminó recluído sin remisión.
Pese a todo ello, rizando el rizo de la ironía, hizo del optimismo su bandera literaria. Siempre se esforzaba, a la hora de escribir, de encontrar el lado positivo de las cosas, de los sucesos, de las personas.
Si Walser hubiera visitado el infierno no tengo la menor duda de que hubiera escrito una crónica ensalzando sus excelencias, sus comodidades, sus posibilidades de diversión y su lirismo cálido
De esta forma su ironía, bajo una dulce y seductora apariencia, era demoledora, subversiva, inapelable.
No hace mucho se han publicado aquí, bajo el título de Microgramas, los escritos de los dos últimos años que Walser estuvo activo.
Los editores y los eruditos que se han encargado de descifrar los manuscritos se han puesto unas cuántas medallas por ello, pero hay un hedor comercial difícil de disimular.
Cualquiera que empiece a leer a Walser por estos “Microgramas” cometerá un gran error. Son amazacotados y prolijos. Se vuelven antipáticos, bien lejos de la ligereza de un “Jakob von Gunten” o de tantos de sus deliciosos relatos cortos. Corre el riesgo de hacerse una irreparable idea equivocada de Walser.
Sus razones tendría para no publicarlos. Razones que ahora no se considera oportuno respetar.
Hasta en el momento de su muerte fue objeto Walser de rapiñeo. Alguien con una cámara fotográfica tuvo la desfachatez de divulgar las fotos de su cadáver, tirado sobre la nieve, un día de Navidad, hace cincuenta años.
Aunque él hubiera dicho que el frío le venía bien para conservar su lozanía.