El carácter de una persona lo determinan los problemas que no puede eludir y el remordimiento que le provocan los que ha eludido (A.M.).
La cuestión no es la moralidad de A. Miller al excluir de su vida a un hijo con síndrome de Down. Ni siquiera que lo hiciera a los cuatro días de nacer éste, con la oposición de la madre y esposa (la fotógrafa Inge Morath). Ni siquiera el hecho (literario) de no citarlo en Vueltas al tiempo, su libro de memorias.
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La cuestión es otra. La cuestión es la predicación: política, artística, cultural perpetrada durante su carrera por Miller.
Cabe preguntarse: ¿puede un autor, un intelectual, dejar al margen de su obra un tema como éste?
He leído el término eugenesia. Tanto dá.
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La noticia no parece haber interesado en exceso a la opinión pública.
Curioso el tratamiento si lo comparamos con el previo affaire G. Grass, un escritor con un perfil parecido al de Miller: izquierdista, contestatario, rebelde, millonario.
La Opinión parece establecer diferencias morales entre haber sido nazi en la primera juventud (el alemán) y abandonar a un hijo deficiente mental en un centro especializado (el norteamericano).
El País le dedica la contraportada y dos titulares maquilladores:
“El gran secreto de Miller”
“El dramaturgo estadounidense ocultó que tenía un hijo con síndrome de Down”.
El primero no dice nada, es una pompa de jabón.
El segundo es una verdad a medias: no sólo ocultó; antes lo excluyó de su vida, lo repudió, lo negó.
Afortunadamente, el texto se salva.
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Miller era bueno haciendo frases.
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