A mediados de los sesenta Cioran pasa unas semanas en Ibiza. La experiencia no le resulta demasiado agradable. La razón es sencilla. “Con unos nervios como los míos –escribe- no se debe dejar el norte. El calor pone a flor de piel todas mis debilidades”. En la isla se le recrudece el insomnio y el ruido le martiriza: “La alegría de vivir ha desaparecido con la llegada del ruido. El mundo debería haberse acabado hace cincuenta años; o, mejor aún, hace cincuenta siglos.”
Sus notas sobre aquellas vacaciones están recogidas en Cuaderno de Talamanca. Leí el libro de prestado -como tantos otros libros-, hace varios años y ahora encuentro unas notas en un cuadernito que reviso mientras hago limpieza de papeles.
Sobre la política, Emile lo tiene claro. Al parecer en su juventud rumana mantuvo coqueteos con un partido fascista. Ahora, sin embargo, ya está para poco en este campo: “Las personas de derechas me desagradan por la derecha, y las de izquierda por la izquierda”.
El tema del fracaso, cómo no, también está muy presente en el librito: “Si pudiéramos experimentar una voluptuosidad secreta cada vez que no se hace ningún caso de nosotros, tendríamos la llave de la felicidad.”
En la torridez de las noches ibicencas, más bien desesperado, escribe este enigmático aforismo: “Todo lo que en mí es auténtico proviene de la timidez de mi juventud”.