Samuel Beckett por todas partes estos días (ab. 06). Lo consulto. Celebran el centenario de su nacimiento: 13 de abril de 1906. Yo también lo he celebrado. He recortado una foto suya y la he pegado en mi album. Un hombre atractivo, fotogénico, coqueto, cuidadoso de su vestuario y de su imagen. Lo he situado junto a la muy hermosa Leonor Watling, actriz y cantante. Samuel lleva un chaquetón forrado de borreguillo, una gorra muy parisina, las manos en los bolsillos, siempre las manos en los bolsillos.
El estilo de Beckett -conciso hasta la sequedad, hipnótico, arrebatador- siempre me ha fascinado. Pero el irlandés dijo: "El estilo es pura vanidad, una corbata de lazo sobre un cáncer de laringe". ¿Puede ser tomado en serio o es una boutade?
La obra, sin embargo, me aburre por momentos. Otros no, como la trilogía en francés. Lo que nunca me produce es indiferencia.
Gran bebedor, según cuenta una amiga suya en un libro de recuerdos. Decía Marguerite Duras -alcohólica ella misma- que todos los alcohólicos son intelectuales. Uno de sus primeros libros, el ensayo sobre Prout, es de una pedantería insufrible.
Todos los testimonios que he leído sobre Beckett coinciden en señalar su nobleza.
A veces la vida se oculta tras los libros y los libros, al final, apestan a muerte. La soberbia del saber. El gran pecado. La manzana del árbol del conocimiento. Ni siquiera sabiduría, sólo saber. Saber hasta la naúsea, hasta la mente en blanco.
¿Obsesionado con la muerte? Hombre desocupado.