El suelo escarchado e incierto le induce a pisar con prudencia. Continúa regata arriba admirado del esfuerzo inmobiliario y constructor que detecta por doquier.
Ahora el viejo sendero a la sombra de los chopos se ha convertido en un camino asfaltado apto para bibicletas y paseantes. Unos metros más allá se alzan las urbanizaciones mecanizadas y de colores.
Algo se ha mejorado, piensa, en relación a la monotonía de las edificaciones acolmenadas que surgieron en el Burgos del desarrollismo. Pero la ocupación del espacio es tan abrumadora que le produce no poco desasosiego.
Llegado al nuevo puente que accede a la pedanía de Villimar contempla los tres álamos, seguramente centenarios. La autoridad municipal los ha puesto a trabajar construyendo una rotonda a su alrededor y ellos, bien machacados por podas despiadadas, han aceptado gustosos para sobrevivir.
Opta por el acceso viejo, sin tráfico rodado, y aprovecha para darle un vistazo al cauce del Vena, medio enterrado entre la vegetación y flanqueado por hileras de chopos inclinados por la acción del viento inhóspito que sopla por estos parajes.
La fisonomía inmobiliaria ha cambiado en los alrededores del pueblo. Observa ahora con desgana las colonias de adosados y pareados que circundan Villimar como un corsé demasiado apretado. Casi no se lo puede creer.
Una señora en bata, que le mira con recelo, camina hasta el contenedor para depositar una bolsa de basura. La señora ha salido de una de las pocas casas tradicionales de piedra que quedan en pie. Son de una planta, alargadas y con pequeñas aperturas para protegerlas del frío.
Por calles estrechas accede hasta la iglesia, cuyo nombre ignora, situada en un pequeño promontorio. Unas gruesas cadenas cierran a cal y canto la verja del pórtico. Las iglesias cerradas para protegerlas del vandalismo que goza de tan buena salud a lo largo y ancho del país.
Circunda el edificio haciendo crujir la escarcha. Es un templo de buen tamaño, con restauraciones de urgencia para evitar males mayores y un aire militar y fortificado que le resta ligereza pero que le añade solidez. Hay dos cipreses que se elevan tras un muro. Por un ventanuco divisa un pequeño cementerio.