¡Qué tristeza! ¡Cuánta ramplonería! El primer tomo de la antología de la revista Destino se me cae de las manos. ¿Y qué otra cosa podría esperarse si el periodismo, como dicen tantos, es un reflejo de las sociedades que lo producen? ¿Qué otra cosa podría esperarse de la España entre 1937 y 1956?
Sólo el enunciado de los cuatro grandes capítulos en los que el antologista ha dividido el periodo lo ilustra todo: 1. La Guerra Civil. 2. La Segunda Guerra Mundial. 3. El asilamiento internacional de España (1946-1950) y 4. La apertura al exterior (1951-1956).
La revista ha nacido en Burgos, en plena guerra, de la mano de los falangistas catalanes, que se dirigen a los catalanes sublevados contra la República. Concluída la guerra la publicación se asienta en Barcelona donde prolongará su existencia a lo largo de 43 años.
Hasta el propio Azorín aparece un poco apagado. Entre toneladas de grisura sólo brillan algunos artículos de Josep Pla. El ampurdanés se manifiesta en ocasiones intrincado y merodeador. Quiere decir sin decir claramente, porque hablar claro está prohibido. Pero su genio es tal que siempre logra alguna transparencia.
Donde Pla dá su medida es en el trabajo periodístico, cuando deja el Ampurdan y se echa al mundo. El aire fresco se cuela en su prosa aguda y perfilada. Así la visita al escritor Simenon en su isla de Porquerolles y a Cela en Palma de Mallorca.
En un artículo de 1943 titulado Las librerías pueblerinas, Pla nos informa que en los pueblos es practicamente imposible encontrar tiendas donde se vendan libros viejos. La razón es bien simple: “La gente que tiene unas ciertas pretensiones siente un horror por los libros viejos. Las mujeres, sobre todo, dicen que llevan la tisis.”
Pese a ello, como el ampurdanés encuentra divertido husmear entre libros, conversa un día con un veterano librero. Este le informa de que vende gran cantidad de periódicos atrasados y Pla no puede menos que sorprenderse. Ya ha constatado que la venta de los periódicos del día es muy escasa pues la gente prefiere informarse a través de la radio.
El librero le asegura, además, que los periódicos viejos que mejor vende –al mismo precio que si fueran nuevos- son los de gran formato. Pla continúa muy interesado por esta cuestión y, al final, el librero le abre los ojos: los periódicos viejos se usan para paquetería, para envolver todo tipo de objetos. Los de pequeño formato, por el contrario, no sirven para nada.
Divertido y a la vez triste este breve relato tuyo...
ResponderEliminarConfieso que toda esta época -hoy tabú por aquello de la dictadura- me interesa desde el punto de vista cultural. Gracias por el comentario.
ResponderEliminar