Recupero una grabación de Antes que anochezca, dirigida por Julian Schnabel, según la obra autobiográfica del cubano Reinaldo Arenas. No ví la película en su momento porque había leído el libro y me parecía que cualquier película no haría sino desvirtuarlo. No es así. En varios momentos tengo que detener la grabación y saltar la escena. No puedo soportar la iniquidad, aunque la cinta está edulcorada en relación a la crudeza del libro.
La lectura de esta obra terminó de abrirme los ojos sobre el castrismo. Cuando veo que el dominical de El País le dedica un publirreportaje al siniestro dictador cubano siento vergüenza y también admiración por tanta hipocresía.
Una vez más me llama la atención el soberbio trabajo de Javier Bardem. Es la excepción que resalta la indigencia de la interpretación en España.
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La lectura de esta obra terminó de abrirme los ojos sobre el castrismo. Cuando veo que el dominical de El País le dedica un publirreportaje al siniestro dictador cubano siento vergüenza y también admiración por tanta hipocresía.
Una vez más me llama la atención el soberbio trabajo de Javier Bardem. Es la excepción que resalta la indigencia de la interpretación en España.
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Cuando abro la puerta de casa, el perrillo se percata de lo mucho que llueve y retrocede. Lo cojo en brazos y lo meto en el utilitario. Una vez que me aprovisiono de los periódicos los dejo en el coche, en compañía del perro, y me pongo a andar bajo el paraguas. El cielo gris, sin fisuras, parece haber descendido hasta los tejados de los edificios. Los montes han desaparecido tras las nubes. Y las nubes destilan una lluvia fina y pertinaz. Pero hay suerte, no hace viento.
En el barrio Dumboa la floración de los lilos ha alcanzado su cenit. Las ramas están tan cargadas que casi alcanzan los adoquines. Camino al azar buscando la protección de los edificios. Los domingos por la mañana me gusta deambular por las calles solitarias del casco antiguo de mi ciudad.
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Los hombres. Los hombres no perdonan. Desde hace un par de horas llueve sin tregua pero ellos disputan su partido de fútbol en el campo de Larreaundi. Sólo el árbitro se protege con una trenka encapuchada. El resto aguanta a pelo, incluídos los calvos, que hay unos cuántos. Veinte o treinta hombres –hay dos partidos simultáneos- que corren, gritan, juran y perjuran al compás que marca el esférico. El terreno es una charca. Los contemplo en la distancia, admirado. Qué derroche de pasión y energía. Los hombres siempre tienen algo que demostrar. No puedo imaginarme a sus esposas, si las hubiere, empapándose hasta los tuétanos por disputar un partido de fútbol.
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Bordeo la regata de Artía, que baja rápida, turbulenta y marrón. Junto a la ermita de Santa Elena confluye con un arroyuelo de color gris. Un poco más adelante me asomo al canal y observo que por un tubo de boca grande sale un vertido repugnante también gris. Aprovechan la riada para abrir las compuertas de la inmundicia. Del canal al río y del río al mar. Pero, ¿no decían que depuraban las aguas residuales? En medio del canal un pato se sacude el agua de su cabeza negra y verde.
Las agradables sorpresas del Recogedor: los ochenta de nuevo; Van She, banda australiana.
En el barrio Dumboa la floración de los lilos ha alcanzado su cenit. Las ramas están tan cargadas que casi alcanzan los adoquines. Camino al azar buscando la protección de los edificios. Los domingos por la mañana me gusta deambular por las calles solitarias del casco antiguo de mi ciudad.
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Los hombres. Los hombres no perdonan. Desde hace un par de horas llueve sin tregua pero ellos disputan su partido de fútbol en el campo de Larreaundi. Sólo el árbitro se protege con una trenka encapuchada. El resto aguanta a pelo, incluídos los calvos, que hay unos cuántos. Veinte o treinta hombres –hay dos partidos simultáneos- que corren, gritan, juran y perjuran al compás que marca el esférico. El terreno es una charca. Los contemplo en la distancia, admirado. Qué derroche de pasión y energía. Los hombres siempre tienen algo que demostrar. No puedo imaginarme a sus esposas, si las hubiere, empapándose hasta los tuétanos por disputar un partido de fútbol.
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Bordeo la regata de Artía, que baja rápida, turbulenta y marrón. Junto a la ermita de Santa Elena confluye con un arroyuelo de color gris. Un poco más adelante me asomo al canal y observo que por un tubo de boca grande sale un vertido repugnante también gris. Aprovechan la riada para abrir las compuertas de la inmundicia. Del canal al río y del río al mar. Pero, ¿no decían que depuraban las aguas residuales? En medio del canal un pato se sacude el agua de su cabeza negra y verde.
Las agradables sorpresas del Recogedor: los ochenta de nuevo; Van She, banda australiana.
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