lunes, 14 de abril de 2008
El arco iris
Es una mañana con una lluvia lúgubre y copiosa. Voy en el coche, a la vuelta de llevar a los niños al colegio, cuando aparece sobre la ladera del Jaizkibel un gran arco iris. El arco iris siempre me asombra, como si fuera la primera vez que lo veo. He imaginado por un momento la sorpresa de un neandhertal ante semejante visión inexplicable. El asombro que produce, tras horas de luz tenebrosa, encontrar esa luminosidad coloreada colgada del cielo.
Para un hombre del neolítico, pongamos, el ver un arco iris debía intrigarle, y tal vez preocuparle, durante días o semanas. Ahora casi ni nos fijamos.
Enseguida he pensado: es un espectro de luz porque los rayos del sol atraviesan pequeñas partículas de humedad, etcétera. Una explicación científica que ha acabado con cualquier especulación fantasiosa y admirativa.
Qué pena no llevar la cámara, me digo. Pero no se me ha ocurrido hacer algo aún mejor: detener el coche y acercarme hasta uno de los bancos que se asoman a la bahía para contemplar la maravilla. Supongo que cuando uno conduce un automovil es dificil dejarse llevar por fuerzas telúricas y contemplativas.
También he recordado, ya un poco fastidiado por perder esta visión, mi reciente lectura del Génesis, inducido por Cioran, de quien leo unas entrevistas estos días: “pongo mi arco en las nubes, para señal de mi pacto con la tierra, y cuando cubriere yo de nubes la tierra, aparecerá el arco”. (Gén. 9, 13-17) Para Noé fue un alivio.
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En Cine y política, uno de los blogs que visito con frecuencia, encuentro esta pequeña maravilla poética inspirada en la lluvia. Fue rodada en 1929 por Jorins Ivens.