Tiene hambre de sol y cielo azul, pero, en el alto de Azpiroz todavía las nubes bajas ocultan parcialmente el paisaje. Una vez dejada atrás esta autovía de montaña, camino de Pamplona, puede, al fin, ver el sol entre grandes nubes blancas que se mueven lentas y pesadas por el cielo.
Descendiendo hacia el sur de Navarra el sol se impone y el calor aprieta. Ve el cartel que anuncia el monasterio cisterciense de La Oliva y bien a gusto se desviaría para visitarlo, pero tiene las horas contadas y no le queda otra que elegir. El resto es literatura. Tampoco quiere percatarse de que tiene el desierto de las Bardenas a tiro de piedra. Qué placer sería perderse dos o tres días por este paraje. A la altura de Castejón hay que torcer hacia el este para entrar en la provincia de Soria.
Se aproxima la hora de comer, pero la carretera, que asciende, no concede una tregua. Kilómetros adelante sólo tiene una idea en la cabeza: comer algo a la sombra de un árbol. Pero no divisa árbol alguno. Opta por meterse en Ágreda. A mano derecha divisa dos hermosos ejemplares añosos y se lanza hacia ellos. Enseguida descubre que se encuentra junto a una estación ferroviaria abandonada y se dedica a tirar fotos porque el espacio le resulta muy sugerente.
Entre bocados y sorbos medidos de tinto de la tierra, contempla una pareja de cigüeñas que sobrevuelan y alguna que otra rapaz. Desde una gran parcela cercada le observan tres perros silenciosos pero vigilantes. Pasan algunos vehículos por la carretera que conduce al polígono industrial pero no se divisa a nadie. Se escuchan trinos de pájaros sobre la vegetación próxima. Hay una tranquilidad adorable y, en el camino de acceso, un hermoso charco que informa sobre lluvias recientes y copiosas. En la lejanía la alta loma del Moncayo aparece cubierta por la nieve.
Tras los sandwiches se impone un café. En la cafetería de un moderno hotel donde lo toma se anuncia una feria del bacalao. Concluido el trámite se mete en el coche y sigue carretera adelante. No se ha percatado que acaba de dejar atrás, sin visitarlo, uno de los pueblos más bellos e interesantes de la provincia de Soria que es casi tanto como decir de España.
En efecto, la llamada ciudad de las tres culturas, tiene mucho que ver. Así por ejemplo, la aljama o barrio moro, el palacio de los Castejones -con sus jardines renacentistas-, la iglesia de San Miguel o el museo de arte sacro de la iglesia de Ntra. Sra. de la Peña. Incluso hay un museo dedicado a la agredana más ilustre de la ciudad, sor María Jesús de Ágreda, cuya fama de mística atrajo la atención de Felipe IV. Ambos mantuvieron una larga correspondencia y el monarca se acercó hasta su convento en varias ocasiones para visitarla.
Dice Dionisio Ridruejo, en su ya clásica guía de Castilla la Vieja, que por aquí pasó el Casanova veneciano y dieciochesco y que se le pusieron “los pelos de punta”. El señor Ridruejo, de prosa tan seductora, califica a la villa como “severa, ancestral, algo ruinosa, gris, un poco laberíntica, agraria y muy aislada” “Pero no es triste -añade-, porque la tristeza es cosa subjetiva de las personas” y los agredanos no lo son.
Don Dionisio nos informa también de un detalle importante relativo a Soria. El rey aragonés Alfonso VII, conquistador de la región, aplicó una política destinada a contrarrestar el excesivo mudejarismo “y trajo gente de la sierra”. Lástima, porque lo mejor que ha visto en su excursión por estas tierras altas lleva la huella islámica.