Instalado en lo alto de un cerro, junto al río Duero, la fortaleza califal de Gormaz llama la atención desde muchos kilómetros a la redonda. Cuando uno se aproxima y ve allá arriba el despliegue de su kilómetro largo de murallas es difícil resistir la tentación de detenerse para fotografiarlo. Una carretera estrecha y serpenteante te deja a los pies de su entrada principal. Desde lo alto se contempla una espléndida panorámica del llano soriano, cercado al fondo norte por la sierra nevada, salpicada de pueblecitos de piedra rojiza, campos verdes de cereal y alineamientos de viejas cepas. Grandes aves planean bajo un cielo azul. El viento sopla sin tregua.
La fortaleza fue construida a finales del siglo X por el califa Al-Haquem II como avanzada de la sede de Medinaceli, que era frontera entre los reinos cristiano y árabes. Desde ella se lanzaban razias contra las tierras al norte del Duero. Poco tiempo después de su construcción cayó en manos cristianas para ser recuperada, en 983 por Almanzor. Fernando I la toma definitivamente en 1060 y en 1087 pasa a manos del Cid. En tiempos de los Reyes Católicos fue utilizada como cárcel.
A mano derecha pueden verse las dos grandes torres. En primer término, la del homenaje, que da paso a la parte residencial y noble de la fortaleza. Un poco más allá, la de Almanzor. El resto de la superficie, rodeada de 28 torres, estaba destinado al ejército. No es difícil imaginar la dureza de la vida que llevaban aquí los soldados.
Su famosa puerta califal, de estilo cordobés y arco de herradura, es uno de sus elementos de prestigio. Esta mañana hay un grupo de escolares que visitan la fortaleza. Una guía disfrazada de algo –no sé si de mora o de cristiana- les explica las características del lugar. Una pareja de extranjeros acaban de subir con sus bicicletas. Desde arriba se ven las techumbres del pueblecito de Gormaz. El pueblo dispone de un pequeño cementerio cercado por un muro de adobe que tiene la misma forma que la fortaleza.
Al mediodía, bajo un cielo sin nubes y una gran luminosidad, los turistas se desplazan hasta Berlanga de Duero, otra población con su castillo en lo alto.
Berlanga alcanza su esplendor en el Renacimiento, cuando la villa pasa a manos de los Fernández de Velasco, condestables de Castilla y duques de Frías. Los aristócratas restauran el castillo, levantan la colegiata (con los restos de media docena de iglesias románicas que había por los alrededores) y erigen un palacio del que ya sólo queda la fachada principal, con su escudo plateresco y una arcada en lo alto a través de la que se ve el azul del cielo. Entre el castillo y el palacio había unos jardines que debieron ser una delicia reservada, naturalmente, a la nobleza.
En la colegiata de Nuestra Señora del Mercado, de transición entre el gótico y el renacimiento, está enterrado fray Tomás de Berlanga, naturalista descubridor de las islas Galápagos y obispo de Panamá en el XVI. A su vuelta se trajo una piel de caimán que anda colgada por algún interior del recinto. Pero los turistas, en esta excursión, han visto pocos interiores. La mayoría de ellos, como de costumbre, tienen unos horarios muy estrictos y, además, el sol radiante no invita a introducirse en penumbras gélidas.
Durante el paseo, en la farmacia de la preciosa plaza mayor porticada, los turistas adquieren una crema protectora para el sol porque entre la altura y la ausencia de nubes, las pieles blancas corren el riesgo de achicharrarse.
Aprovechando un parquecito con juegos infantiles (imprescindible para los menores) los turistas se acomodan en una sombra de la plaza del Mercado para dar cuenta de unos bocadillos. A esta primera hora de la tarde apenas se escucha otra cosa que las piadas de las aves y el sonido del viento que circula. De vez en cuando irrumpe un jovencito con una moto atronadora, hace una pirueta y desaparece para regresar diez minutos más tarde. El turista no se explica que nadie le haya rebanado el pescuezo a esta criatura y piensa que, en la época de Almanzor el niño hubiera sido enviado a tocar el tambor en primera línea de combate, en compañía de sus padres.
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